Sujeto sin género. La conceptualización del sujeto-mujer en Teresa de Lauretis.
Ana María Bach
AIEM - Facultad de Filosofía y Letras, UBA-AAMEF
Entre los temas que se debaten en los foros teóricos del feminismo, el de si tiene o no sentido utilizar la categoría de género es uno de los que generan controversias. Brevemente podemos señalar dos posiciones extremas: quienes consideran que hablar de género es hablar de una categoría útil para el análisis y quienes sostienen la inconveniencia de su uso ya sea por considerar que hay que desconstruirla o por pensarla como superada. Expondremos la posición que toma Teresa de Lauretis a través de parte de sus ensayos escritos entre los años 1984 y 1990.[1]
A manera de presentación
Una manera de caracterizar a un/a autor/a es a partir de sus datos biográficos y de cómo se autodefinen. Teresa de Lauretis, ¿de nacionalidad italiana? y radicada en los EE.UU. se define a sí misma como teórica feminista que ha estado constantemente involucrada con el feminismo, los estudios de la mujer, las teorías psicoanalíticas, las estructuralistas, las semióticas, en especial, las cinematográficas. Pero además la podemos conocer a partir del estilo que utiliza en el desarrollo de sus ensayos, el diálogo que tanta importancia tiene en el feminismo. Frecuentemente dialoga con otras teóricas feministas y con ella misma. Lo valoriza porque el diálogo, que caracteriza a la escritura crítica feminista “continuamente trabaja como una variación de aumento de conciencia...” y es una forma significativa de práctica cultural feminista, aunque... “no siempre reductible a la actividad ‘académica’”.[2]
Otra manera de intentar la caracterización de un/a autor/a es tratar de ubicarlos/as en una corriente de pensamiento -en este caso dentro de la teoría feminista- si, por ejemplo, pertenece al posmodernismo, al posestructuralismo, si es marxista, si es feminista cultural, si adhiere a un feminismo que sostenga la diferencia o la igualdad, etc. En el caso de Teresa de Lauretis es difícil decidir en qué corriente se podría ubicar, sin traicionar su pensamiento e intereses. Por ejemplo Linda Alcoff[3] considera como eje diferenciador la oposición esencialismo-antiesencialismo y ubica la obra de las teóricas feministas en alguno de estos polos. Con respecto a este tema de Lauretis considera haber “alcanzado el punto de ventaja de una posición teórica que las contiene o las subsume...”.[4] Quizás sea prudente, entonces, y sobre todo en este caso evitar los intentos clasificatorios. Pero sí resulta significativo conocer cuáles son las corrientes de las que se nutre.
De los filósofos contemporáneos se ha basado principalmente en Althusser, del que trabajó el concepto de ideología y en Foucault que a través de la Historia de la sexualidad desarrolló el tema de la tecnología del sexo. Ambas nociones son reformuladas por Teresa de Lauretis otorgándoles sentido en términos de género, concepto que no había sido visible para los autores citados. Polemiza con Eco ─y a través del análisis de su obra revaloriza a Peirce─ y con Lévi-Strauss entre los varios científicos que tampoco reconocieron a la mujer como sujeto. Reconoce el aporte del psicoanálisis en cuanto al haber considerado que la subjetividad se construye a partir y dentro del lenguaje y el haber considerado a la subjetividad como sexuada, aunque esa subjetividad sea la de un sujeto masculino. De Lauretis reconoce como dominantes en las teorías críticas actuales tanto al modelo lingüístico estructural como al psicoanalítico[5], por eso los analiza y señala tanto sus ventajas como sus limitaciones desde una óptica feminista.
Cabe preguntarse ahora si la desconstrucción ocupa un papel en la obra que examinamos, ya que parecería ineludible su tratamiento por parte de una autora contemporánea que reconoce como significativas la obra de autores como Althusser y Foucault así como la influencia del estructuralismo y el psicoanálisis. Pero antes de tratar la cuestión específicamente en de Lauretis, consideramos conveniente hacer algunas precisiones acerca de la desconstrucción en el ámbito filosófico y en especial en el feminismo. Frente a un uso “liviano” del término desconstrucción, consideramos que conviene recordar cuál es el sentido derrideano. El concepto de desconstrucción no debe ser tomado como un método, según la intención de Derrida. Tal como lo utiliza en sus obras, se refiere al ámbito de la gramática. Pero esta expresión tuvo una variada y amplia repercusión en los distintos ámbitos intelectuales tanto artísticos y científicos como filosóficos que tornaron su sentido como desestructuración, descomposición de las estructuras conceptuales de un sistema, así como también la desocultación de los sistemas de significación.
La desconstrucción no tiene el sentido negativo que le han adjudicado algunos críticos, ni siquiera desde el contexto inicial de su utilización (como traducción del término heideggeriano de Destruktion). La desconstrucción lleva implícita la reconstrucción[6].
Y retornando a si de Lauretis utiliza la desconstrucción en este sentido, consideramos que hay que hacer algunas aclaraciones; una es que no aparece en los ensayos examinados para este trabajo la decisión explícita de la desconstrucción por parte de la autora, aunque observamos que siempre está preocupada por la desarticulación de los mecanismos sociales e históricos de la dominación y de la invisibilización de las mujeres. Es evidente que el tema le interesa aunque no polemice directamente con Derrida, ya que, por ejemplo en el capítulo I de Technologies of gender, entabla un diálogo muy interesante con Jonathan Culler quien se preocupó, a través de la sistematización de la obra de Derrida, por analizar las implicaciones de la desconstrucción en el psicoanálisis y en el feminismo. Y la otra aclaración es que aunque la crítica tiene para de Lauretis un sentido constructivo y persigue el logro de una mayor autoconciencia ─en esta actitud podemos reconocer el sentido positivo de la desconstrucción derrideana─ esto no es suficiente para afirmar que utiliza la desconstrucción derrideana.
Pero volvamos a los modelos lingüístico estructural y psicoanalítico que de Lauretis señala como dominantes en la crítica contemporánea y veamos el por qué del énfasis. Uno de los temas centrales para una teórica feminista es el de la construcción de la subjetividad femenina. Los seres humanos, en tanto seres sociales, nos construimos cotidiana y primariamente a partir de los efectos del lenguaje. Los códigos y las formaciones sociales definen la posición del significado de los sujetos y a partir de ello reelaboramos esa posición en una construcción subjetiva. La representación se construye al tiempo que la auto-representación. Hasta aquí parece que se está hablando efectivamente de todos los sujetos. Pero subrepticiamente también se construye la diferencia entre sujetos varones y sujetos mujeres y también se establece la valoración jerárquica y negativa del sujeto-mujer.
El cine, soporte material y actividad significante, es uno de los aparatos sociales a partir de los cuales se construye la subjetividad. Es, entonces, a partir de una crítica del cine que se puede desentrañar, entre otros temas, la ideología que subyace en la representación de las mujeres. En Alicia ya no, de Lauretis plantea que en el cine, lo mismo que en las teorías acerca del lenguaje, como en el psicoanálisis, se niega a la mujer su posición de sujetos y creadoras de cultura, relegándolas al papel de objeto y fundamento de la representación. La subjetividad de las mujeres se define, en realidad, a partir de los sujetos masculinos. Esto produce que las mujeres se encuentren a sí mismas en un vacío de significado, “un lugar no representado, no simbolizado, y así robado a la representación subjetiva (o a la auto-representación)”.[7] Y esto es lo que no aparece en ninguno de los modelos mencionados anteriormente.
El análisis de los ensayos de Teresa de Lauretis me ha llevado a considerar que en los ensayos que componen Alicia ya no ─los primeros en el tiempo─ afirma una relación entre los conceptos de género y sujeto-mujer que abandona por la postulación de los sujetos excéntricos. Intentaré señalar primero el pasaje de la noción de sujeto-mujer a la de sujeto excéntrico a partir de la caracterización de ambos conceptos y luego, a manera de conclusión, señalar cuáles son los aspectos teóricos en los que podemos coincidir y cuáles no desde la teoría filosófica de género que llevamos a cabo en el equipo de investigación del que formo parte, teniendo en cuenta los contextos socio-culturales en los que trabajamos.
Revisemos la historia reciente del feminismo teórico
En sus ensayos “La tecnología del género” y “Sujetos excéntricos: la teoría feminista y la conciencia histórica”, Teresa de Lauretis establece distintas etapas por las que ha pasado el movimiento feminista. Considero de utilidad sintetizarlos porque de alguna manera se relacionan con las nociones de sujeto-mujer y sujeto excéntrico.
En la década que va de los sesenta a los setenta y todavía avanzados los setenta, se pensaba al género como diferencia sexual. Pero esta equiparación tiene el defecto de concebir esta diferencia como universal y esencial -tanto para el varón como para la mujer- lo que hacía dificultoso articular las diferencias entre las mujeres y la Mujer. El movimiento del feminismo, en tanto movimiento social, descubrió que la Mujer no existe, que su existencia es paradojal, ya que al mismo tiempo que se encuentra atrapada en el discurso, está ausente de él; es “un ser cuya existencia y especificidad es simultáneamente declarada y rechazada, negada y controlada”.[8]
En la década de los ochenta, a partir de la influencia que tuvieron en las ciencias sociales las teorías filosóficas de Althusser, con el concepto de ideología, de Derrida con la desconstrucción y de Foucault con la postulación de la tecnología del sexo, las teóricas feministas, entre ellas de Lauretis, partieron de las explicaciones de la construcción de los sujetos en tanto representaciones formadas en la actividad de experimentar la raza, la clase y la sexualidad. Y aunque los autores mencionados no habían considerado al género en sus teorizaciones, sus hipótesis fueron lo suficientemente significativas como para que de Lauretis propusiera que tanto la representación como la auto-representación del género también son el producto de diferentes tecnologías sociales ─tales como el cine─ de discursos institucionales y de las prácticas críticas además de las cotidianas. Esta construcción continúa, quizás menos obviamente, en la comunidad académica e intelectual y también dentro del mismo feminismo.
A partir de ese momento en el feminismo se tuvo en cuenta la necesidad de partir de la paradoja señalada anteriormente y centrarse en ella. “Porque si la constitución del sujeto social depende del nexo que existe entre el lenguaje, la subjetividad y la conciencia, es decir, que si, en otras palabras, lo personal es político, porque lo político se hace personal por medio del impacto subjetivo que tienen las experiencias de los sujetos, el objeto teórico o el campo de saberes del feminismo y de los otros modos de saber que queremos como feministas (de metodologías, saberes o conciencias) se encuentran atrapados en la paradoja de la mujer.” En los espacios discursivos “la mujer está al mismo tiempo ausente y cautiva: ausente en cuanto sujeto teórico, cautiva en tanto sujeto histórico”.[9] Esta es la paradoja.
La teoría feminista, siempre siguiendo a de Lauretis, se encuentra ahora en un tercer momento de reconceptualización del sujeto, la comprensión de la marginalidad como una ubicación del sujeto-mujer, de la identidad en tanto des-identidad y del autodesplazarniento que supone el movimiento a la vez subjetivo y social, interno y externo, personal y político.
De los sujetos generizados a los sujetos excéntricos
Consideramos que las etapas del feminismo señaladas se corresponden de alguna manera con las distintas formas de concebir al género. Hay muchos sentidos en los que se puede hablar de género, tanto en las distintas lenguas como en un mismo sistema lingüístico. Por ejemplo, de los significados que aparecen en el diccionario inglés sobre la definición de género, de Lauretis encuentra que es primariamente un término clasificatorio. Desde el punto de vista gramatical las palabras y formas gramaticales se clasifican por la presencia o ausencia de género; un segundo sentido es el de clasificación de sexo: sexo, aproximación que no se encuentra en las lenguas de origen latino, y que lleva a la conclusión que esta particularidad del idioma inglés da por tierra con cualquier pretendida internacionalización sobre el género. Pero un tercer sentido, el de género corno representación, la lleva a hilar más fino sobre el tipo de representación y a mostrar que esta representación no alude a un individuo sino a una relación social, que refiere a un individuo en una clase. Afirma luego que en toda sociedad hay un sistema sexo-género, conformado en estrecha relación con factores políticos y económicos. Entonces la construcción cultural de sexo en género la lleva a sostener que la construcción del género es tanto el producto como el proceso de su representación, y de su auto-representación.
La construcción de la representación construye al mismo tiempo la auto-representación a través de los discursos institucionales y de las diversas tecnologías sociales, como por ejemplo el cine, que tienen la posibilidad de control del campo de significaciones sociales y la posibilidad de producir y promover representaciones de género. Pero hay una diferencia entre las representaciones y auto-representaciones masculinas y las femeninas. Lo femenino se construye corno el “otro” de lo masculino, más aún los sujetos femeninos no se reconocen como representación sino que son lo que queda en los márgenes del discurso hegemónico, en el espacio-en-off de sus representaciones, en los espacios tanto discursivos como sociales que existen. Así se construyó y se sigue construyendo el sujeto-mujer. Destacamos en este punto la incidencia de la óptica de género en la constitución de la subjetividad.
Ahora bien cuando hablamos de “sujeto” es importante tener en cuenta que lo podemos hacer desde distintos planos: ontológico, gnoseológico, psicológico, lógico, gramatical. El no tener presente desde qué plano se está hablando puede llevar a confusiones y paradojas. Cuando de Lauretis habla de sujeto y de construcción de la subjetividad, lo hace al mismo tiempo desde los planos psicológico y ontológico. Psicológico porque, por ejemplo, considera importante, en relación a la constitución de la subjetividad, la definición de identificación como la operación por la cual se constituye el sujeto humano, de LaPlanche y Pontalis.[10] Pero interesándole lo ontológico en la consideración de los sujetos en tanto sujetos sociales.
Esta es una postulación acerca del sujeto, que parece responder a un momento del movimiento teórico feminista, a la necesidad de señalar que los sujetos se construyen también como sujetos generizados, pero mostrando al mismo tiempo la desventajosa conformación de la subjetividad de las mujeres dentro del patriarcado. Así comparte con Lea Melandri que “La mujer entra en la historia habiendo ya perdido su condición concreta y singular: es la maquinaria económica que reproduce a la especie humana, y es la Madre con mayúscula, un equivalente con más valor universal que el dinero, la medida más abstracta jamás inventada por la ideología patriarcal.”[11] Los sujetos, por consiguiente, se constituyen en tanto son sujetos sociales, a través de los lenguajes que operan en la sociedad en la que están insertos. “Hay ‘lenguajes’, estrategias lingüísticas y mecanismos discursivos que producen significados; hay diferentes modos de producción semiótica, formas distintas de invertir esfuerzos para producir signos y significados. En mi opinión, la manera de emplear ese esfuerzo, y los modos de producción implicados, tienen una relevancia directa, incluso material, para la constitución de los sujetos dentro de la ideología: sujetos diferenciados por la clase, la raza, el sexo y cualquier otra categoría diferencial que pueda tener valor político en situaciones vitales concretas y momentos históricos determinados”.[12]
Esta caracterización de los sujetos generizados como seres sociales que se construyen a partir de los efectos del lenguaje y la representación, colocados en una posición de significación que varía históricamente, y el sentido de que es a partir de esas significaciones que el individuo elabora su subjetividad genérica, ya está planteado desde los ensayos que conforman Alicia ya no. Hasta acá se trató de la noción de sujeto-mujer, sujeto sexuado. En la historia del feminismo, de una u otra manera también está planteado desde los comienzos que la diferencia entre lo masculino y lo femenino está basada en términos de diferencia sexual y que las mujeres han sido invisibilizadas en tanto sujetos, en virtud de esa diferencia. Pero, a pesar de que el feminismo avanzó en la toma de conciencia de cuáles son los mecanismos sociales de opresión de las mujeres, y en considerar como obvio que las diferencias son culturales y no naturales ─punto en el que casi hay acuerdo─, teóricas como Monique Witting observan que en realidad todavía queda “en el medio de la cultura un núcleo de naturaleza que se resiste a ser examinado, una relación cuya característica se encuentra inevitablemente en la cultura y en la naturaleza, que es la relación heterosexual”.[13] Aparece así lo que da paso a la necesidad de postular el concepto de sujeto excéntrico.
Los estudios críticos -entre los que se cuentan los de Lauretis- realizados a partir del énfasis puesto en la noción de contrato heterosexual como una de las instituciones sociales opresoras que determinaron la posición mujer/varón, muestran la incidencia en la concepción y posición de los sujetos. Se hace necesario postular un nuevo tipo de sujeto que se encuentre fuera del sistema conceptual vigente. Ya no tiene sentido hablar de sujeto‑mujer, porque esto implicaría continuar dentro de la vigencia del contrato heterosexual del cual las lesbianas se encuentran al margen por no ser mujeres ni hombres, por ser algo más, algo diferente. Ya no tiene sentido seguir indagando acerca del género, porque según de Lauretis hay que concebir al sujeto de modo que exceda la categoría de género como modo le quebrar el contrato heterosexual. Este sujeto social sería un sujeto excéntrico constituido en un proceso de nueva comprensión de la historia y le la cultura. Este sujeto excéntrico es “una posición que se logra sólo por medio de las prácticas del desplazamiento político y personal a través de los límites de las identidades sociosexuales y de las comunidades, entre los cuerpos y los discursos...”.[14]
De esta manera, a mi entender, realiza un giro en su posición con respecto a la noción de sujeto sostenida en caracterizaciones anteriores, en las que la categoría de género tenía sentido en la explicación de la constitución de los sujetos.
Acuerdos y desacuerdos
Coincidimos con las tesis de Lauretis en cuanto a la historicidad del sujeto social, a la constitución de la subjetividad dentro del entramado de las relaciones sociales situadas en un aquí y un ahora. Es importante el respeto por las características de cada contexto cultural y la toma de conciencia de las limitaciones actuales del conocer lo que pasa en cada uno de los diversos ámbitos geográfico-culturales, diversidad que de no tenerla en cuenta conllevaría a un peligroso mantenimiento del etnocentrismo que caracterizó a la filosofía occidental. Estamos de acuerdo con las formas en que plantea la constitución de las subjetividades y la de los sujetos-mujeres en especial por la necesidad de incluir la óptica de género en todo análisis que involucre a lo social. Pero si la crítica del patriarcado se ha podido efectuar desde dentro mismo del patriarcado, ¿por qué no pensar que podemos operar de la misma forma con respecto a la crítica del contrato heterosexual, en lugar de plantear la hipótesis de los sujetos excéntricos? Quizás no es el desplazamiento de los sujetos excéntricos la única posibilidad de análisis. Quizás porque en el equipo de investigación del que formo parte sostenemos la posibilidad de una idea utópica reguladora,[15] tema no específico de este trabajo y por eso diré solo que la imagino como una sociedad libre de discriminaciones, en la que sus sujetos sociales no estén posicionados ni en las diferencias de sexo ni en las de género, así como tampoco en las de clase, etnia o religión, entre las discriminaciones más habituales. Además, situadas en la Argentina de hoy considero que todavía necesitamos de la categoría de género, dado que para muchos/as ni siquiera existe como categoría de análisis que valga la pena tener en cuenta, quizás debido a prejuicios o resistencias no explicitados. Lo cierto es que la toma de conciencia acerca del cambio de óptica que aporta el feminismo es una etapa fundamental que en nuestro medio académico aún no ha alcanzado a toda la comunidad.
[1] De Lauretis, Teresa, Alicia ya no, Madrid, Cátedra, 1992, trad. cast. Silvia Iglesias Recuero (original en inglés de 1984).
“Repensando el cine de mujeres. Teoría estética y feminista” y “La tecnología del género” en Technologies of Gender, Indiana University Press, 1988.
“La esencia del triángulo, o tomarse en serio el riesgo del esencialismo: teoría feminista en Italia, los E.U.A. y Gran Bretaña” en Debate feminista, año I, vol.2, septiembre 1990, México D.F. (artículo escrito en 1989).
“Sujetos excéntricos: la teoría feminista y la conciencia histórica”, en Cangiano, Ma. Cecilia y DuBois, Lindsay (comp.) De mujer a género. Teoría, interpretación y práctica feminista en las ciencias sociales, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1993 (Artículo original de 1990).
[2] “La esencia del triángulo...” p. 86.
[3] Alcoff, L., “Feminismo cultural versus pos-estructuralismo: la crisis de la identidad en la teoría feminista”, Feminaria, Año II, N° 4, Bs. As., 1989.
[4] “La esencia del triángulo...” p. 88.
[5] Cf. Colaizzi, G., (ed.), Feminismo y teoría del discurso, p. 16.
[6] Cf. la “Introducción” de Patricio Peñalver en Derrida, J., La desconstrucción en las fronteras de la filosofía, Barcelona, Ediciones Paidós, 1989. Quizás la siguiente definición de Derrida, citada en la misma “Introducción” acerca de lo que significa desconstruir en filosofía refleje en parte la tarea de de Lauretis con respecto al concepto de género: “’Desconstruir’ la filosofía sería así pensar la genealogía estructurada de sus conceptos de la manera más fiel, más interior, pero al mismo tiempo desde un cierto exterior incalificable por ella, innombrable, determinar lo que esta historia ha podido disimular o prohibir, haciéndose historia por esta representación interesada en alguna parte”. Posiciones, trad. cast.: Valencia, Pretextos, 1976, p.12.
[7] Cf. Alicia ya no, p. 19.
[8] “Sujetos excéntricos...”, p.73
[9] Idem pp. 73-74
[10] “Repensando...”, p. 255.
[11] Idem
[12] Alicia ya no, p. 55.
[13] Citado en “Sujetos excéntricos.”, p. 90.
[14] Idem p. 106.
[15] Cf. nuestros trabajos en Santa Cruz, M.I. et al., Mujeres y filosofía. Teoría filosófica de género, Bs. As., C.E.A.L., 1994.