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Mujeres y economía

Alicia E. Gianella

UBA – UNLP – AAMEF

Las mujeres hemos estado ausentes de la economía como ciencia, tanto de la producción de conocimiento, teórico y empírico, como de los temas de investigación: hemos estado ausentes como sujeto y como objeto del conocimiento económico.

Este fenómeno, frecuente en las distintas disciplinas científicas, se ha dado con especial énfasis en el caso de la economía. Y esta situación no es inocua, sino que tiene consecuencias identificables, como lo señalan algunas teóricas feministas y economistas sensibles a cuestiones de género.

El tema está siendo debatido, en diversas publicaciones recientes. Una de particular significación es Beyond Economic Man: Feminist Theory and Economy, compilado por Marianne Ferber y Julie Nelson,[1] en el que hacen aportes entre otros la epistemóloga feminista Helen Longino y el premio Nobel Robert Solow.

En tanto sujeto de conocimiento, cabe señalar que sólo en las últimas tres décadas la presencia de economistas mujeres ha cobrado alguna significación, estando hasta entonces la investigación casi con exclusividad en manos de científicos varones.

En tanto objeto de estudio económico, la situación es más compleja y los sesgos de tipo genérico son sutiles, diversos y más difíciles de reconocer, sobre todo cuando ya está instalada en la disciplina una apreciación masculina del trabajo femenino y otros aspectos económicos asociados al lugar conferido por la sociedad a las mujeres. El contenido de las teorías y los supuestos subyacentes están siendo analizados desde la perspectiva del género.

Contra lo que podría pensarse, estos señalamientos no tienen por qué interpretarse desde un enfoque relativista. Como lo señalan Ferber y Nelson en la introducción del trabajo antes citado, deben interpretarse como buscando una mayor objetividad y universalidad de la economía, una vez superados las limitaciones de índole sexista.

Propondré un ordenamiento de los distintos aspectos epistemológicos involucrados en las cuestiones de género presentes en la economía siguiendo la clasificación presentada en un trabajo anterior.[2]

Se pueden diferenciar tres grandes áreas:

I) El área de la actividad científica, que puede identificarse con el muy conocido contexto de descubrimiento, que corresponde al conjunto de prácticas y acciones en el contexto social, psicológico e histórico. En este caso, interesará analizar el lugar que ocupan los géneros en el desempeño de las actividades científicas.

II) El área de los contenidos o productos de la actividad científica, al que es posible identificar con el mundo tres de Popper. En este campo, puede diferenciarse por un lado: a) las hipótesis propiamente dichas, es decir, las afirmaciones que componen las teorías, que podrán ser sometidas a crítica por ser sesgadas o parciales en sus alcances si se las juzga desde la perspectiva de género. Por otro lado están b) los supuestos subyacentes o supuestos paradigmáticos, aquellos contenidos de las teorías que no siendo explícitos cobran muchas veces amplia significación, más que los enunciados explícitos, porque suelen estar cargados de valores y de ideología. Los presupuestos llevan a la utilización de determinado lenguaje, a seleccionar como relevantes ciertos problemas, a ignorar determinados aspectos y destacar otros y a aprobar o desaprobar implícitamente determinadas acciones.

III) Por último están las cuestiones metodológicas, es decir, el conjunto de procedimientos utilizados en la investigación y que pudieran tener sesgos genéricos.

Comenzando por el análisis de esta última cuestión, una autora que analiza críticamente los problemas metodológicos en ciencias sociales es Margaret Eichler en Nonsexist Research Methods.[3] Ella categoriza y da nombre a una serie de distorsiones metodológicas, entre ellas, el androcentrismo y la invisibilidad de género. El primero consiste en tomar como universal un rasgo que es exclusivamente masculino, mientras que el segundo consiste en ignorar la relevancia del género para un determinado problema. En economía, por ejemplo, Ferber y Nelson señalan críticamente que Lloyd Reynold, en su análisis de la pobreza, no considera el hecho de que cualitativa y cuantitativamente la pobreza afecta diferentemente a varones y mujeres: sin ir más lejos, la proporción de mujeres pobres es mucho mayor que la de varones.

El familismo, también practicado en economía, consiste, según Eichler, en tomar a la familia como unidad de análisis suponiendo su homogeneidad, al no reconocer la gran diversidad de roles, actitudes y creencias de los integrantes de un grupo familiar.

El llamado doble estandar es otra de las distorsiones metodológicas que analiza Eichler que consiste en la diferente evaluación o consideración de un mismo fenómeno, según se trate de que sus protagonistas sean varones o mujeres. Un ejemplo significativo en economía estaría dado por la consideración del trabajo para uno y otro sexo. Es frecuente considerar al trabajo femenino doméstico encuadrado en valores tales como el altruismo y la abnegación en las tareas de cuidado de la casa y de los hijos, y dar en cambio carácter estrictamente económico al trabajo realizado por varones.

En cuanto al segundo grupo de problemas, aquellos aspectos relativos a los contenidos de las teorías económicas, se están analizando las distintas teorías para evaluarlas desde la perspectiva del lugar que se les asigna a las mujeres.

Una cuestión interesante es la discusión en torno al concepto de homo economicus de las teorías neoclásicas. Es habitual presentar al sujeto económico como una persona autónoma, netamente recortada como individuo, es decir, separada de los demás, y estableciendo, a posteriori de su in­dividuación vínculos sociales en grupos de trabajo, sindicatos y gobierno. Pero ese no es el perfil de persona que ha caracterizado históricamente a las mujeres que, por el contrario, han sido dependientes y definidas vincularmente como madres, hijas, esposas, vicariantes, al servicio de su familia y sin una fuerte individuación.

El horno economicus tiene, entonces, un perfil netamente masculino, teñido, además, de otras connotaciones de tipo social como la de clase.[4]

Se trata de estereotipos de género que según el análisis de Susan Bordo, en The Cartesian Masculinization of Thought,[5] se constituye a partir de los siglos XVI y XVII, en el que la ciencia y la filosofía son asimiladas a un modelo de observador distanciado, objetivo, desapasionado y controlador de la naturaleza.

Implícitamente las mujeres quedan excluidas como sujeto de conocimiento científico y filosófico por ser dependientes, subjetivas, emotivas y formando parte de la naturaleza, más que conocedoras de la misma.

La metáfora de la “mujer como naturaleza” y como más intuitiva que racional subsiste aún en nuestra cultura. Nuevamente puede verse que tanto el sujeto de la ciencia, es decir, la persona del científico, como su objeto, los individuos estudiados y sus comportamientos, responden al estereotipo masculino.

Paula England, en su artículo The separative self: androcentric bias in neoclasical assumptions[6], señala que cada uno de los tres supuestos (o hipótesis fundamentales) de la economía neoclásica son sexistas, puesto que se basan en el modelo “separativo” de ser humano, asignado culturalmente a los varones, como individuos autónomos, poco sensibles a las influencias sociales y con pocas conexiones emocionales.[7]

Un cuarto supuesto, en este caso de los que están implícitos en muchos modelos neoclásicos considera que en el ámbito familiar no rigen estos rasgos sino que están gobernados por el altruismo y el afecto, a diferencia de los que rigen en el mercado.

La crítica de England es que por un lado parte de la experiencia humana ha sido dejada fuera del modelo neoclásico: las contribuciones típicamente femeninas han sido invisibilizadas. Por otro lado se puede señalar, también, que se dicotomizan las conductas (lo público y lo privado, el mercado y el hogar) y se refuerzan los estereotipos de género, asignando además a las mujeres un lugar devaluado. El mecanismo típico, patriarcal, crea dicotomías, jerarquiza y asigna valor positivo al par asociado a lo masculino.

Una cuestión importante, ya mencionada es el no reconocimiento del trabajo femenino en su dimensión económica. La atención y cuidado de los hijos, la atención doméstica en general no ha sido reconocida hasta hace muy poco como variable económica. En relación con esta cuestión se ha hecho además otro señalamiento crítico, la existencia de cierta circularidad argumentativa respecto del trabajo femenino: por un lado las mujeres ganan menos, y se destacan menos en la actividad laboral debido a sus responsabilidades domésticas. Pero por otro lado, se dice que debido a que están mal pagas en el mercado laboral, les resulta más conveniente mantener su actividad doméstica.

Por otra parte, está presupuesto en este planteo el modelo de elección racional (rational choice), tan utilizado en la economía contemporánea, pero que no sería adecuado para muchas cuestiones que involucran a las mujeres, y en general a seres no del todo independientes, donde las decisiones no se toman por deliberaciones racionales sino por otros mecanismos tales como mandatos psicológicos, tradiciones, relaciones vinculares, etc. No se trataría de frías y racionales decisiones entre salir a trabajar o quedarse en casa.

En cuanto al área III, la de la actividad científica, se han estudiado distintos factores que atentan contra la igualdad de oportunidades de varones y mujeres en el desempeño de la economía como disciplina científica, algunas de índole psicológica y otras culturales e institucionales.

La ausencia de mujeres en los ámbitos académicos y profesionales ha sido atribuida muchas veces a la falta de interés por parte de ellas, y no se han reconocido los mecanismos que desalientan y muchas veces expulsan a las mujeres de esos ámbitos, creando situaciones circulares o de efecto “bola de nieve”: cuantas menos mujeres ingresan menos factible se hace su ingreso. La escasa presencia femenina genera, desde un punto de vista psicológico para aquellas que ingresan en esos ámbitos, sensaciones de incomodidad y de estar ocupando un lugar indebido, del que hay que dar justificación holgadamente, con exigencias desiguales respecto de sus compañeros varones.

La falta o escasez de modelos del mismo sexo dificulta comparativamente la tarea y el desempeño de mujeres y las expone a constituirse en blanco de actitudes misóginas o discriminatorias.

Otro obstáculo en la práctica científica, que se da en muchas disciplinas, no sólo en la economía, es el hecho de que la producción científica grupal queda subsumida y atribuida al jefe del equipo de investigación, que como lugar de poder está ocupado mayoritariamente por varones, haciendo más invisible aún la presencia y el trabajo femenino.

En cuanto a los criterios de aceptación de postulantes para becas, subsidios y cargos académicos, se ha señalado que es habitual asignar mucho peso al desempeño y productividad temprana del científico, inmediata a su graduación, precisamente en un período vital que perjudica a las mujeres, por coincidir con la crianza de los hijos.

 

Otro fenómeno detectado es la autorreferencia de género, es decir, la tendencia de los investigadores a citar autores de su mismo sexo. Las mujeres, que son minoría, ven entonces disminuidas sus posibilidades de ser citadas. Si a esto se agregan cuestiones más sutiles como los modelos de identificación, la incomodidad de ser minoría en un mundo regido y controlado por varones, la dificultad en sortear entrevistas y evaluaciones en las que se sienten más expuestas, la escasa presencia de mujeres deja de ser una síntoma de desinterés o ineptitud, para ser visto como una trama que se retroalimenta y que dificulta en forma más o menos directa su ingreso a la actividad científica plena. El extrañamiento del ámbito laboral, la falta de tutoras mujeres hace que ellas no tengan modelos y referentes cercanos del mismo sexo. Por último los estereotipos de género presentes en los textos y en las teorías, en los que no se ven reflejadas las científicas en tanto mujeres es otro de los tantos factores en las que se dan diferencias de género y que recién ahora comienzan a ser reconocidos, frente a la pueril explicación de la falta de interés o de capacidad de las mujeres para determinadas prácticas, en este caso científicas.



[1]              M. Ferber y J. Nelson (comp.), Beyond Economic Man. Feminist Theory and Econornics, The University of Chicago Press, 1993.

[2]              Trabajo presentado en el XII Congreso Interamericano de Filosofía, Buenos Aires, 1989.

[3]              Margaret Eichler, Nonsexist Research Methods. A Practical Guide, Boston, Allen and Unwin, 1988.

 [4]              Ferber y Nelson, ob cit., p. 5.

[5]              Susan Bordo, The Cartesian Masculinization of Thought, 1986, citado por Julie Nelson en el artículo “The Study of Choice or the Study of Provisioring? Gendre and the Definition of Economics” en, Ferber y Nelson, ob. cit., p. 24 y ss.

[6]              Artículo publicado en Ferber y Nelson, ob. cit.

[7]              Las tres hipótesis aludidas serían las siguientes: 1) La comparación de la utilidad interpersonal es imposible, 2) los gustos son exógenos a los modelos económicos y 3) los actores son egoístas en los mercados.

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