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Las palabras y sus matices: observaciones acerca de recientes aplicaciones de la noción de agencia

María Luisa Femenías*

AIEM, Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A, U.N.L.P.

 

I

 

En Representación y realidad,[1] H. Putnam subraya las ventajas del beneficio de la sinonimia. Uno de sus ejemplos, el de la palabra “electrón”, muestra de qué modo la ciencia maneja como sinónimos términos cuya referencia, entendida en sentido estricto, ha cambiado: el electrón de Bohr, tal como lo concibió en 1900, describe trayectorias alrededor del núcleo como los planetas alrededor del sol. En cambio, en su versión de 1934, Bohr insiste en que los electrones nunca describen trayectorias. Las teorías, en efecto, difieren, no son la misma. Pero mantienen un vocabulario técnico más o menos estable (sinónimo), porque la referencia se preserva de manera intacta[2] y las investigaciones subsiguientes se consideran extensiones de las más tempranas, con reconocidos beneficios para estudiosos y especialistas. El significado de la noción en cuestión es, entonces, en parte normativo.

Ahora bien, no parece suceder lo mismo con todas las palabras cuya definición estricta se ha modificado a lo largo del tiempo. En otros ámbitos, el del espacio social, por ejemplo, algunas palabras han cambiado significativamente de sentido y describen fenómenos que divergen de modo filosóficamente relevante. Forma parte de la mejor comprensión de algunas cuestiones el desvelar los matices que un uso acrítico genera. Tal es, a mi juicio, el caso de la noción de “agencia”. En efecto, la noción de “agencia” no parece beneficiarse con la propuesta de Putnam.

Al menos en dos publicaciones recientes ─altamente disimiles─ el tipo de sinonimia mencionado no parece benéfica. En las páginas que siguen, intentaré sostener que, a los fines del feminismo, debido al carácter socio-político del referente y las consecuencias sociales que conlleva, es siempre preferible dejar en claro las diferencias de matices que algunos términos tienden a encubrir.

 

II

 

Los debates feministas recientes han revisado, en buena medida, la pertinencia de la noción de “sujeto”. Voces, en diferentes claves, se han oído tanto defendiéndola como criticándola.[3] Se afirma que donde las discusiones tradicionales ubicaban al sujeto en el contexto de la autonomía, los derechos, la libertad, la igualdad y la racionalidad, en los últimos años las feministas lo examinan en conjunción con la fantasía, las relaciones personales y sociales o las responsabilidades. Donde solía hablarse de cerebro y de agentes racionales, actuando según sus creencias y deseos, se habla de agentes que se mueven desde sus historias personales, con relaciones fantasiosas con los otros, con sentimientos,[4] y cuya inscripción está dada por sus propios cuerpos en los distintos contextos que subrayan su posicionalidad. Aún así, de las lecturas realizadas cabe concluir que, se entienda al sujeto como se quiera, la “agencia” que éste supone es conservada y valorada positivamente.

Recientemente, incluso, se ha utilizado la noción de “agencia” en ciertas obras que examinan problemas éticos de algún período de la historia de la filosofía a la luz de problemáticas contemporáneas.[5]

Podría decirse, entonces -a mi juicio-, que, en algunas menciones, se hace un uso extendido de la noción de “agencia” o de “agente” como (i) sinónimo de “sujeto” y que este sentido contrasta con el de las autoras que exigen “agencia” a la par que (ii) “destrucción” del sujeto. Un buen ejemplo del primer caso es el uso que hace Julia Annas de la noción de “agencia” en su reciente obra sobre la ética antigua. Ejemplo del segundo es, al menos, un artículo de Butler acerca de la vinculación sexo/género y deseo.[6]

Considero que urge, pues, precisar la diversidad de aplicaciones de “agencia” y establecer similitudes y diferencias. En efecto, sólo descartando paralelos apresurados, que podrían parecer intentos de arropar con preocupaciones modernas otras etapas de la historia de la filosofía, se llegará a una mejor comprensión de las diferencias subyacentes, que se opacan bajo un mismo término. La noción de “agente” -término de por sí amplio y no exento de cierto grado de ambigüedad- encubre, para los casos que he mencionado, diferencias significativas en lo que denominaré los espacios políticos reales en los que se ejerce la agencia.

 

III

 

Ahora bien, en primer lugar, ¿qué implica la noción de “agente”? Tradicionalmente, al menos,[7] suelen llamarse “agentes” a los miembros de las siguientes clases: (i) agentes empíricos, contingentes y perecederos y (ii) agentes supra-empíricos, eternos y necesarios. El primer grupo -de interés para este trabajo- puede subdividirse en (a) agentes impersonales, personas legales o jurídicas, y (b) agentes personales. Estos últimos pueden dividirse, a su vez, en (I) colectivos e (II) individuales. Un “agente” personal, además, está en la especial posición de saber lo que está haciendo, puede identificar y explicar conductas que, a su vez, se estructuran -afirman algunos filósofos- bajo la noción de intencionalidad.[8]

No parecen quedar dudas de que tanto el interés de Annas como el de Butler se centra en (II), es decir, en agentes personales, colectivos o individuales, conscientes de sus actos. En lo que sigue intentaré exhibir las marcas que diferencian a los agentes de Annas de los de Butler. La brecha entre ambos usos se vincula con las condiciones de posibilidad de un agente para ejercer su agencia en los espacios políticos reales.

¿A qué me refiero cuando digo espacios políticos reales de los agentes? Los dos ejemplos mencionados más arriba me ayudarán a explicar mejor la cuestión.

 

a) Caso I: Annas y la sociedad antigua

En los últimos tiempos ha resurgido, en el ámbito de los estudios éticos, el interés por la noción de virtud y, con ella, por la concepción de “vida del agente como un todo” y, consecuentemente, por la felicidad como fin de la vida. Se hizo, pues, indispensable para una estudiosa del mundo clásico como Julia Annas revisar algunas concepciones, que vertebran la ética antigua, a la luz de este interés. Así, la estudiosa, en su reciente libro The morality of Happiness, obra de notable envergadura y sumamente interesante, sitúa la concepción ética clásica en el marco de los debates del últi­mo siglo. Razón y virtud, y razón y ética están, a su juicio, en la base de cualesquiera de las concepciones éticas de la antigüedad y Annas desarrolla con agudeza y claridad argumentativa este punto.

De manera que su interpretación, acerca de cómo lleva a cabo el agente (que identifica como “she”) su “plan de vida”, qué virtudes prioriza, cuáles relaciones entabla entre las diversas virtudes y sentimientos, descansa sobre la base de un sujeto racional, agente de sus actos, donde aun los sentimientos están controlados por la virtud y guiados por la razón.

Annas no diferencia entre una noción clásica de sujeto y otra moderna. Subraya la relación razón-virtud y considera que los individuos son tan virtuosos como se hayan hecho a sí mismos, porque la virtud implica una disposición estable o estado del alma del agente y es, en definitiva, el resultado de la actividad del agente respecto de sí mismo. La voluntad, entonces, no está para domeñar las pasiones sino, en cambio, para moldearlas según cómo queramos ser, en una especie de ingeniería del sujeto, según la cual cada agente contribuiría a su propia formación. Y esto sería así tanto para libres como para esclavos; para mujeres tanto como para varones. Desde este punto de vista, Annas puede agregar que la modernidad no “inventó” al sujeto sino que desconoció que ya existía.[9]

Se trata, sin duda, de una interesante revalorización del sujeto en la antigüedad pero, a mi modo de ver, el énfasis de Annas en la noción de “sujeto agente” opaca un aspecto muy significativo de la ética antigua: la mayoritaria creencia en la desigualdad constitutiva de los seres humanos,[10] con el peso socio-político consiguiente que esto tuvo. En otros términos, cuando Annas denomina “agentes” a las mujeres invisibiliza, en buena medida, las condiciones fácticas (socio-políticas) de esa agencia a la vez que pone del lado de los sujetos toda la responsabilidad de su propio construirse. Digo esto sin intención de negar responsabilidades individuales pero también sin interés en desconocer tramas y condicionamientos político-sociales ─dicho en sentido amplio─ que cooptan, dificultan o favorecen ciertas acciones o modos de construirse de los agentes.

En efecto, en la sociedad antigua, algunas de las condiciones dadas, a partir de las cuales las mujeres construían sus vidas, en tanto que “agentes”, son las siguientes:

1.         Si hacer algo o actuar es originar, dar existencia o causar un estado previamente inexistente en nosotros, en otra persona o en algún cuerpo, las mujeres efectivamente actuaron. Pero, curiosamente, no eran responsables legales de muchas de sus acciones o, al menos, de las más significativas. Esta situación legal llevó, por ejemplo, a Aristóteles a defenderlas bajo el modelo de la protección al débil, encubriendo de ese modo una discriminación real.[11]

2.         No gozaban, en consecuencia, de la ciudadanía que, en definitiva, se resuelve en el propio ejercicio de la ciudadanía, entendida, por cierto, como el ejercicio de su actividad más específica: el acceso rotativo a los cuerpos colectivos de gobierno de la pólis. El único beneficio que reci­bían a cambio era el de la seguridad/protección que les brindaba ser menores de edad de por vida debido a su condición de ákyros.[12]

3.         Esta incapacidad de acceso al ámbito legal de la pális, (que define el espacio público como diferente del privado), eximía también a las mujeres de su participación ─como diría Bodèüs[13]─ del lógos del Estado a la vez que las recluía en el ámbito privado de la arbitrariedad y de la pasión, cuyo ejemplo paradigmático -según se repite- es Medea, capaz hasta de asesinar a sus hijos.

4.         Si ─como quiere Annas─ la educación es primariamente formación del carácter (éthos) y si, como sabemos, la educación de las niñas quedaba en manos de las otras mujeres de la familia, excluidas también del marco legal como persona de pleno derecho, la situación gana en circularidad.

Ahora bien, las acciones de las mujeres, mayoritariamente, ¿no se resuelven en un modo pasivo de permiso de acción por la mera pasión? o, en términos de Pateman,[14] en “una relación de subordinación civil”. Intentar una agencia diferente hubiera requerido de cada mujer una heroína visionaria que reclamara la expansión de los límites de su agencia a fin de construirse en un sujeto-agente político, legal y racional pleno, lo que parece imposible. Y si, como sostienen algunas filósofas,[15] existe una estrecha vinculación entre el conocimiento político del sujeto y su constitución ontológica en tanto aquél, es posible entrever severas consecuencias, sobre las que no puedo extenderme aquí.

Las observaciones que acabo de hacer muestran los matices que, a mi juicio, separan al “sujeto-agente” moderno del uso generoso de agencia con que Annas inviste a las mujeres antiguas.

Pasemos ahora al segundo ejemplo.

 

b) Caso II: Del sujeto cartesiano a la destrucción del sujeto

Muchas han sido las críticas al monolítico sujeto cartesiano de razón.[16] Tomaré en cuenta solamente las de Butler porque propone, además, la radical destrucción del sujeto.

En primer término, Butler, al reconsiderar el estatus del “sujeto mujer” se opone a los resabios ontologizantes del sujeto cartesiano tal como se encuentran, incluso, en pioneras del feminismo como S. de Beauvoir, a quien critica severamente siguiendo a Monique Wittig.[17] Además ─continúa─ el “sujeto mujer”, objeto de los reclamos del feminismo, se inscribe dentro de la más férrea tradición falocéntrica y obedece a la categoría de sexo, entendido como sexo hegemónico del varón. “Sujeto” y “varón” ─podría decirse─ son sinónimos; “sujeto mujer”, por el contrario, supone una contradicción, y depende por entero de la noción de sujeto/varón. En consecuencia, como sólo los varones son “personas” y “sujetos”, Butler sugiere la destrucción del “sujeto” que se erige en parte y todo.

El “género”, en cambio, pertenece ─subraya─ a las mujeres, es su marca, y se define por oposición (e imposición) al sexo del varón. Es preciso, pues, ─afirma, siguiendo nuevamente a Wittig─ destruir esta lógica binaria, normativa de los ideales humanistas, basada en una metafísica de la sustancia,[18] que no solo jerarquiza a varones y mujeres sino que, también, impone compulsivamente la matriz heterosexual.[19]

Mientras que, tomando un punto de partida similar, de Lauretis reclama un sujeto nominal, excéntrico, no monolítico, no coherente, donde la iden­tidad sea el lugar de las posiciones múltiples y variables que están disponi­bles en el campo social a través del proceso histórico[20] Butler, por su parte, exige la destrucción del “sujeto” (= varón) sin pérdida de la “agencia”.[21] Si el sujeto nominal excéntrico de de Lauretis debe ser agente consciente constituido en un proceso de lucha por la re-interpretación, la re-escritura del yo y la re-comprensión de la comunidad, la historia y la cultura[22] la destrucción del “sujeto” ─tal como Butler propone─ debe dar lugar a un replanteamiento del “discurso del género”.

En efecto, Butler se pregunta, si no es que “lo femenino” se resiste, efectivamente, a su representación en (dentro de) los límites del lenguaje; si “el femenino” no es, acaso, el único sexo representado en el lenguaje; si, entonces, el binarismo compulsivo no produce la construcción “ficcional” del sexo, del género y del deseo. Del mismo modo se pregunta cómo destruido el sujeto (identificación masculina) es posible la configuración (unidad/identidad) de las mujeres; además, insiste, cómo es posible definir la categoría de “mujeres” sin desconocer la multiplicidad social, cultural y política.

Estos, y otros, interrogantes llevan a Butler, por un lado, a la conclusión de que es necesario prescindir de la noción de “sujeto”, pues sólo refiere al masculino, y, por otro, a la supresión de “mujeres” pues se trata de una categoría construida en oposición a “varón” según lo que reconoce como “binarismo heterosexual compulsivo”.

Tras la destrucción del sujeto (= masculino), los/las agentes emergen, a juicio de la estudiosa, con una nueva identidad y una nueva afirmación en sí mismos: articulan sus acciones, definen sus estrategias, configuran los significados, se responsabilizan de sus actos, etc.[23] La propuesta es, pues, una agencia sin sujeto.

 

IV

 

¿Qué aprendemos del examen de las páginas anteriores?

En principio, es posible identificar, al menos, tres momentos en la noción de sujeto/agente. El primero ─en la versión de Annas─ se refiere a una concepción de “sujeto agente mujer” pre-cartesiano. Desde un punto de vista socio-histórico, rige el criterio de los diferentes políticos y ontológicos. La mujer, junto con los esclavos, sólo puede ejercer lícitamente su agencia en el mundo privado. Todo desborde es sancionable. De modo que el uso que hace Annas de “agente” y de “agencia” en referencia a las mujeres (y a los esclavos) tiende a disimular o invisibilizar las grandes diferencias que separan a los agentes antiguos entre sí y que, a su vez, los diferencian de los modernos.

El segundo momento está representado por el sujeto de razón cartesiano, el sujeto moderno (ilustrado): un sujeto varón que se instituye en parte y universal, que presupone el bimorfismo sexual y norma en consecuencia.[24] Este sujeto es el referente de las discusiones actuales sobre la construcción/destrucción del sujeto. Contra él se alza la crítica de Butler: destruir el sujeto es, entonces, destruir el binarismo, el paradigma masculino de la subjetividad que la mujer, por definición, no puede homologar, quedándose afuera del discurso del sujeto. Si la razón ilustrada, en un principio, se presentó como una promesa virtual de liberación para las mujeres, se trastocó, más tarde, en su opuesto, justificando y consumando la sujeción de las mujeres al definirlas como naturaleza, que es precisamente donde la dominación se puede ejercer.[25] La noción de “agente” y “agencia” que esgrime Butler, y que pretende ser aritifundacionalista, se opone tanto al sujeto antiguo cuanto al ilustrado. De modo que si las mujeres de Annas están más acá del sujeto cartesiano, las de Butler deberían constituirse más allá.

Ahora bien, Helen Elam[26] señaló que las condiciones de posibilidad de la “búsqueda del sujeto en los intersticios” o, incluso, su “destrucción” están dadas por el reconocimiento formal de las mujeres como sujetos políticos iguales (a los varones) y de pleno derecho ante la ley (condición del sujeto moderno, al que la mujer formalmente, al menos, parece haber accedido). Es, precisamente, esta igualdad formal y, en buena medida, legal (por lo menos en el lugar de origen de los escritos que estoy examinando), la condición de posibilidad que permite reclamar la cesación del sujeto, la retención de la agencia y la exploración de formas nuevas de ejercicio pleno, responsable, legal y jurídico de las “unidades”, para usar un término que Butler acuña en oposición al binarismo.

Ahora bien, mientras que en el primer caso no había reconocimiento de la mujer como “sujeto” político igual, lo que limitaba su agencia al ámbito privado, en el segundo caso, en cambio, la noción de agencia presupone el reconocimiento formal del sujeto, adquiriendo, de este modo, un sentido diferente del que -como vimos- es posible identificar en las/los sujetos que Annas describe. En efecto, las mujeres acceden, en mayor o en menor medida, al ámbito público gracias a la adquisición de los derechos formales. Pero, la igualdad formal ─como se ha repetido hasta el cansancio─ no es suficiente.[27]

Ahora bien, ni agentes carentes de inserción y reconocimiento político y legal como en la antigüedad, ni la coherencia y la unicidad modernas son ─a juicio de Butler─ necesarias para la acción política efectiva de los sujetos/agentes/mujeres[28]. Su agencia en el campo social, vislumbrado como campo de fuerzas donde interactuar, se resuelve a posteriori de las acciones. Así, se configurarían perfiles, identidades y prospecciones transitorias, no normativas, no cerradas, organizadas en estructuras dialógicas consensuadas coyunturales y dependientes de las prácticas concretas en una agencia sin sujeto.

Si el ejercicio de la agencia se circunscribe al límite de las acciones posibles tal como los impondría el sentido común de los sujetos, en virtud de su viabilidad efectiva, dado un determinado ámbito político real, el espacio político real del ejercicio de la “agencia” debe entenderse, para el primer caso, en un sentido mucho más restringido que para el segundo, aunque los límites de las acciones de los agentes -y las mujeres no escapan a ello- están siempre señalados y, a la vez, posibilitados por el dispositivo legal que enmarca cada caso.

Ahora bien, el desconocimiento de sujetos hegemónicos (sujetos agentes paradigmáticos, corno el sujeto abstracto de Descartes o el sujeto trascendental de Kant)[29] conlleva un efecto democratizante, supuestamente fundante de una cultura común, más mítica que real, pero que filosóficamente devalúa el sujeto/agente (en sentido fuerte) que alguna vez el feminismo aspiró alcanzar. ¿Es que cuando el sujeto-agente se devalúa las mujeres logran acceder a él?

No tengo aún respuesta para el desafío que implica la destrucción del sujeto. Sólo ─casi pensando en voz alta─ recordaría que negar un sujeto con las marcas del sujeto cartesiano, no implica a mi modo de ver destruir el sujeto ni, necesariamente, disolverlo en agencia sin agente, a primera vista de carácter contradictorio.

 

***

 

Como acabamos de ver, fue necesario examinar muchas peculiaridades de la palabra “agencia”. En la aplicación de Annas, la sobre-generalización induce a suponer que las mujeres son “agentes” en un pie de igualdad con los varones libres. Por su parte, los usos de Butler no sugieren, a primera vista, ni la destrucción del sujeto ni las dificultades que conlleva mantener la “agencia” de un sujeto destruido. De modo que las ventajas del beneficio de la sinonimia ─como quiere Putnam─ no convienen al feminismo porque al normativizar el significado de un término, lejos de hacerle ganar en claridad y operatividad, se legitima el encubrimiento de las desigualdades y las diferencias, generando, en verdad, un espacio vacío de referente.



*              Este trabajo se ha visto beneficiado con los agudos comentarios de Ana María Bach y Nora Stigol, a las que mucho agradezco la gentileza de haber discutido conmigo una versión preliminar.

[1]              Putnam, H., Representation and reality, Cambridge, The M.I.T. Press, 1988, p. 12.

[2]              Putnam, ob.cit, p. 13. El subrayado es mío.

[3]              Entre las posiciones críticas a la noción de sujeto, las más relevantes son las de Judith Butler y Teresa de Lauretis. Contrariamente, Seyla Benhabib y Nancy Fraser defienden su pertinencia para la causa de las mujeres. Cf. a modo de ejemplo: Butler, J. Gender Trouble, N.Y. Routledge, 1990 (en el prefacio hay un interesante resumen de los términos del debate); de Lauretis, T., “Sujetos excén­tricos: la teoría feminista y la conciencia histórica”, en Cangiano, M.C. y DuBois, L. (ed.), De mujer a género, Buenos Aires, CEAL, 1993, pp 73-113; Benhabib, S. y Cornell, D., Teoría Feminista/Teoría Crítica, Valencia, Alfons el Magnanim, 1990.

[4]              Griffiths, M & Whitford, M., Feminist Perspectives in Philosophy, Indiana, India­na University Press, 1988. Cf. Introducción, p. 11.

[5]              Por ejemplo, Annas, J., The morality of Happiness, New York-Oxford, Oxford University Press, 1993, de la que me ocuparé más adelante.

[6]              Butler, J. “Subjects of Sex/Gender/Desire” En Butler, J., ob.cit., pp. 1-34.

[7]              Cf. von Wright, Norma y Acción, Madrid, Tecnos, 1979, p. 55

[8]              Searle, J., Mentes, cerebros y ciencia, Madrid, Cátedra, 1990, pp. 67 y 69. Actualmente, como se sabe, tanto la noción de “intencionalidad” como la de “agente” promueven importantes controversias.

[9]              Annas, ob.cit. Especialmente Parte 1, pp. 27-46.

[10]             Esta desigualdad, considerada natural, era reconocida por la mayoría de los fi­lósofos, especialmente Aristóteles, a quien Annas gusta tomar como punto de partida de sus análisis y citar reiteradamente.

[11]             Assiter afirma que todo sistema paternalista (y podría considerarse, por sobra­das razones, que el modelo aristotélico lo es) comete una suerte de violación a la autonomía de la persona que denomina “esclavitud moral”. Cf. “Autonomy and Pornography”, en Griffiths, M & Whitford, M., ob.cit, p. 59.

[12]            Sobre las consecuencias políticas de que las mujeres sean ákyros y la presunta petición de principio en que Aristóteles incurre, cf. Mas, S. y Perona, A. J., “Observaciones entre la relación entre ciudadanía y patriarcado en Aristóteles”, en Pérez-Sedeño, E., Conceptualización de lo femenino en la filosofía antigua, Madrid, Siglo XXI, 1994, pp. 9-9.

 [13]             Bodèüs, R., La Philosophie et la cité: Recherches sur les rapports entre morale et politique dans la pensée d’Aristote, Paris, Les Belles Lettres, 1982, p. 126 y ss.

[14]            Pateman, C., The sexual contract, Standford, Standford University Press, 1988. Cf. mi reseña de esta obra en Cuadernos de Filosofía XXII, 36, 1991, p. 87.

[15]            Cf. Amorós, C., “Espacio de las iguales, espacio de las idénticas. Notas sobre poder y principio de individuación”, Arbor, CXXVIII, 1987, pp. 113-127.

[16]             Un buen examen de la cuestión se encuentra en el artículo de J. Hodge, “Subject, Body and the Exciusion of Women from Philosophy”, en Griffiths & Whitford, ob.cit., pp. 152-168.

[17]             Butler, J., art.cit. Cf. especialmente § v.

[18]             Butler, art.cit, p. 20.

[19]             Butler, art.cit, p. 27. En esta última afirmación parece hacerse eco de la posición de Adrienne Rich. Cf. “Compulsory heterosexuality and Lesbian existence”, en Abel, E & Abel, E. K. (eds.). The Signs Reader, Chicago University Press, 1983.

[20]             Cf. de Lauretis, art.cit., pp. 97-98.

[21]             Butler, art.cit, p. 19, examinando a Wittig.

[22]             De Lauretis, ídem, p. 105.

[23]             Butler, art.cit, p. 15.

[24]             Cf. por ejemplo, Amorós, C., “Cartesianismo y feminismo”, en Poder y Libertad, IX. 2, 1988; Bordo, S., “The cartesian masculinization of thought”, en Journal of Women in Culture and Society, University of Chicago, III.11, 1986.

[25]             Molina, C., “El feminismo en la crisis del proyecto ilustrado”, Sistema, 99, 1990, p. 137.

[26]             Helen Elam (Albany University) en su curso: “Ultimas tendencias de la teoría crítica estadounidense”, F.F. y L. (UBA), 1991.

[27]             Sobre la noción de igualdad véase, por ejemplo, Santa Cruz, M. L, “Sobre el concepto de igualdad: algunas observaciones”, en Isegoría, 6, 1992 y Rubio Castro, A., “El feminismo de la diferencia: los argumentos de una igualdad compleja”, en Revista de Estudios Políticos, 70, 1990, quien sigue de cerca la posición de María Luisa Boccia.

[28]             Buttler, ob.cit, pp. 15-16.

[29]             Molina, art.cit, p. 137.

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