Editorial
El primer número de nuestra revista apareció en 1988 y, desde entonces, hemos logrado, no sin esfuerzo, mantener una periodicidad anual. Este séptimo número, que hoy presentamos, es un número especial. Especial en dos sentidos: porque tiene más páginas y más artículos y porque -y esto es lo más importante- parte de esos trabajos no responden al tema que ha sido el habitual de la publicación, los estudios feministas. El cambio operado se debe a que en esta Hiparquia reunimos las comunicaciones presentadas al Coloquio de Mujeres en Filosofía que se realizó en el mes de agosto. Los
temas de la convocatoria fueron subjetividad y racionalidad, subjetividad y conciencia y subjetividad y género. El Coloquio estuvo organizado por AAMEF en colaboración, para este último tema, con el Área Interdisciplinaria de Estudios de la Mujer (AIEM) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Como podrá recordarse, la convocatoria al Coloquio pretendía volver al espíritu con que se creó AAMEF, esto es, disponer de un espacio donde pudieran discutirse cuestiones filosóficas de un modo diferente al acostumbrado en nuestra comunidad, menos competitivo, menos confrontativo. Para las que se inician en la presentación pública, un espacio en el que pudieran hacerlo sin olvidar que de lo que se trata es de la búsqueda de la verdad y no de enfrentar el desafío del estrado sin sucumbir en el intento.
Cuando escribimos el Editorial del primer número de Hiparquia nos hacíamos algunas preguntas acerca de por qué las mujeres teníamos tanta dificultad para incluirnos en cualquiera de las modalidades académicas; nos preguntábamos si éramos discriminadas o si nosotras mismas nos ocultábamos. Aventurábamos también alguna respuesta: la misoginia forma parte de nuestra educación filosófica. Hoy seguimos manteniendo esto mismo pero tenemos también otras explicaciones, porque pasaron varios años y pudimos profundizar las que fueron nuestras primeras intuiciones.
Indudablemente las que desde la filosofía nos dedicamos a los temas de género aprendimos mucho, aprendimos de nosotras como mujeres pero también aprendimos filosofía. Ganamos experiencia y respeto de nuestros y nuestras colegas. Creemos que la existencia de AAMEF cumplió un papel fundamental en este cambio y lo sigue haciendo pero, tal vez lo principal, es que esto no ocurre sólo para quienes nos dedicamos al tema específico del feminismo teórico. Creemos que AAMEF contribuye a que las mujeres filósofas comprendan que su situación no es meramente personal, que es estructural, que forma parte de la organización de las instituciones y de las disputas por los espacios de poder. Las mujeres tenemos dificultad para entendérnosla con el poder y con la competencia pública, no fuimos entrenadas para ello ni contribuimos a su diseño. Aunque no se dediquen, entonces, a los estudios teóricos de género, las filósofas empiezan a tomar conciencia, a sentir como propia, la experiencia y el significado de vivir el espacio público como mujeres.
Obviamente no se trata de abandonar el ágora sino de intentar cambiar su estilo de intercambio filosófico. Mientras tanto, también aprendamos a disputar el poder: los márgenes nunca fueron un buen lugar, generalmente están llenos de garabatos o vacíos, no se escriben allí palabras que otros quieran leer. Busquemos el centro de la página y empecemos a escribir de otro modo la historia.
El Coloquio fue uno de esos otros modos posibles de escribir la historia. Los trabajos que allí se leyeron y que aquí están podrían haber sido leídos en cualquier reunión filosófica de las que abundan en nuestro tiempo y estar en las Actas correspondientes. Son trabajos hechos con seriedad, con espíritu crítico y con oficio. Pero lo que constituyó la marca más fuerte del Coloquio y lo distinguió de casi todas las múltiples reuniones filosóficas a las que estamos acostumbradas, fue, sin duda, su clima. Un clima en cierto sentido nuevo. Estuvo presente ese entusiasmo y ese compromiso que siempre anima a quienes nos embarcamos en la discusión filosófica. Pero el entusiasmo y el compromiso contaron con un fondo que no siempre se da: de cordialidad, de distensión, de interés por las estrategias teóricas de quienes venían de otras disciplinas. El aire que respiramos durante el Coloquio hizo que el intercambio fuera fecundo; en definitiva, pudimos construir una auténtica búsqueda compartida del conocimiento.
Hagamos, sin embargo, una salvedad, para que no se nos malentienda. No queremos decir que nuestro espacio fue bueno porque se trató de un espacio de mujeres y para mujeres. De ninguna manera. Mucho menos queremos decir que creamos que haya algo así como una esencia femenina que pudiera capacitamos para diseñar paraísos donde unos y unas cuiden y protejan a otros y otras, además de a los niños, a los animales y a los malvones. Simplemente decimos que como mujeres comprometidas con la tarea filosófica sabemos lo que no queremos. Y que, precisamente porque lo sabemos, nos empeñamos en evitarlo y en poner en marcha una modalidad diferente. En nuestro Coloquio no hubo intentos del estilo del asalto, de derribar argumentos, generalmente vividos como derribar al adversario. No queríamos ni queremos la contienda filosófica, con sus vencedores y sus vencidos. No creemos en la disputa filosófica como una guerra o una lucha. Fuimos capaces de imaginar otras metáforas y otras realidades. Las estrategias de la filosofía no deben asimilarse a las del pancracio sino a las del camino y la búsqueda, cosa que ya sabían algunos griegos y que no siempre se recuerda. Este primer intento, con sus aciertos y sus errores, nos desafía a repetir y enriquecer la experiencia en 1995.
Noviembre de 1994