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Acción, elección y verdad: Las tribulaciones del Rey Lear

Estela Santilli*

 

No creo conducente intentar una interpretación de la tragedia de Shakespeare[1] que tiene a Lear como protagonista habiendo ya tantos estudios expertos.

Me limitaré a plantear alternativas que se presentan para la comprensión de la acción del personaje principal, Lear, considerando la suya una acción humana típica, es decir que su forma se puede reiterar, no importa su tiempo y lugar, si están dadas las condiciones.[2]

La comprensión de la acción de Lear es accesible no como una forma general, sino sólo en su particularidad, su individualidad y su unicidad, aunque en dependencia de un contexto que también es requerido para la explicación. ¿Por qué actuó como actuó Lear? ¿Cuáles fueron sus motivos, causas, intenciones? ¿Y cómo se vincula su acción y su decisión con las historias de los demás personajes y con la cultura de su época?

El perfil de Lear y el contenido de sus acciones y pensamientos están presentes en una historia como la que sigue, en breve síntesis: Lear, Rey de Inglaterra, resuelve renunciar a su poder y a la administración de sus bienes y distribuir su herencia entre sus tres hijas Goneril, Regan y Cordelia, no sin antes solicitar una declaración o una prueba de amor de cada una de ellas[3]. Las dos mayores, Goneril y Regan, ensalzan con vehemencia su amor por el padre, que declaran superior a todo otro vínculo, mientras que Cordelia, la menor, declara -a conciencia- que lo ama según el deber implícito en el vínculo filial que los une: “Yo correspondo con esos deberes justamente adecuados: os obedezco, os quiero y os honro más que a nada”.[4]

La parquedad de Cordelia contrapuesta a la efusividad de sus hermanas enfurece a Lear quien decide privarla de la dote, de su amor y de su derecho a ser hija. Cordelia abandona el país al ser elegida como esposa, aun sin dote, por el Rey de Francia. En tanto sus hermanas, con sus respectivos maridos, acuerdan hacerse cargo, por turno, del viejo Lear.

Posteriormente las hermanas mayores, ya administradoras del reino -en medio de reflexiones sobre sus intereses económicos y sobre la senilidad de su padre[5]- usarán el poder recién adquirido para privar a Lear de su protección filial y del reconocimiento de su autoridad y aun de un hogar, aduciendo que no tienen espacio para albergarlo.

En la obra hay claves para pensar un modelo de comprensión de la acción de Lear. Desde las primeras escenas de la obra se vislumbran los acontecimientos humanos que seguirán a la acción de Lear: decepción, traiciones, destierros, asesinatos, suicidio, guerra, arrepentimiento, perdón. Son las consecuencias. A medida que transcurren los acontecimientos, varios de los personajes -Lear entre ellos- experimentan el develamiento de verdades sobre sí mismos y los demás que no habían advertido antes. Otros personajes de la obra, como el bufón de la corte -un crítico irónico de los caracteres humanos- van anticipando los efectos de las acciones y manifestando su aflicción por ello. Los conflictos que enfrentan a los personajes se dirigen gradualmente a un mismo punto de reflexión: el temor por las consecuencias de lo dicho, lo decidido y lo actuado. Así, la decisión de Lear, de la que indagamos la causa, se mostrará a su vez plena de eficacia causal, no por triste menos causal.

Ahora bien, la pregunta por qué Lear tomó su decisión y actuó como actuó, desencadenando así una cantidad de eventos, requiere una explicación de su acción. Podríamos responder describiendo varias causas: lo dominaba el deseo de poder, o el deseo de ser querido, o el sentimiento de deber de padre, o la obnubilación y sinrazón senil, la equivocación al ponderar los sentimientos de sus hijas, o simplemente el temor a la pérdida del poder y su símbolo, la muerte. Todos estos elementos que describimos como posibles causas están presentes en el discurso de los personajes de la obra. Y no todos en el conjunto se muestran compatibles entre sí.

Otra perspectiva involucra la actitud de que no es necesario explicar la decisión y la acción de Lear, dada su complejidad, (o que en general, no es posible dar explicación de las acciones). Pero esto sólo es muestra de inadvertencia ya que es inevitable experimentar perplejidad ante la conducta de los diversos personajes de la obra a la vez que ninguna de ellas deja de resultarnos familiar; y el autor de la obra nos transmite también lo inevitable de generar juicios evaluativos acerca de lo que acontece y de lo que Lear hizo o debió hacer.

Por tanto, reconozcamos que puede explicarse la acción de Lear y que a la vez es obvia la dificultad para hacerlo, pues en su discurso encontramos razones que justifican acciones contrapuestas, contradicciones que son causantes de sus tribulaciones.

Hablar de las tribulaciones del Rey Lear es en cierta manera una fuente de tribulaciones para quien trate de explicarlo. El texto tiene una trascendencia que no hemos elegido: las conductas que nos revela se han erigido en prototipos: relaciones de obligación y amor filial, la autoridad de padre y del rey, las implicancias y consecuencias de detentar el poder y de muchos otros mandatos sociomorales que hoy nos siguen inquietando: lealtad, fidelidad, sinceridad, integridad, consistencia, respeto por la ley. Al lado de ellos, la otra cara necesaria, sus contrarios, suceden casi tan naturalmente como los primeros. Todo evento de esta trama se desarrolla en el seno de la familia real de Inglaterra y súbditos más allegados. La impronta cultural de la conducta de Lear es expresada por R. G. Collingwood al decir que: “sin la idea de la familia, intelectualmente concebida como un principio de moralidad social, la tragedia de Lear no existiría”.[6]

La figura de Lear nos enfrenta también a un inevitable imperativo biosociológico que pesa sobre hombres y mujeres de todo tiempo: el envejecimiento y el significado que éste conlleva para el individuo, en el seno de los vínculos sociales, como debilitamiento de energías y de poder, el prestigio social y otras pérdidas que tienen el sentido del ocaso de la vida. La senilidad es, según sus hijas mayores, la causa de que Lear actúe en forma tan arbitraria incluso a los ojos de estas hijas. Podemos conceder que el envejecimiento es una causa natural de conductas de desvarío como las manifestadas por Lear. No es, sin embargo, suficiente para comprender su acción. Hemos de encontrar motivos que provienen de la subjetividad de Lear agregados a su apreciación de hechos exteriores que no lo incluyen en su agencia pero que le son estrechamente vinculados.

 

Los hechos

En el texto encontramos a Lear expresando su preferencia por Cordelia, la hija posteriormente expulsada que es la que más quiere y la que mayor amor siente por su padre.

No es la falta de amor de su hija lo que causa la acción de Lear, sino su deseo de lisonjas, lo que le impide al anciano rey advertir la integridad y la sinceridad de Cordelia. Lear ha obrado de acuerdo a un deseo: ser lisonjeado, condición que cumplen en forma manifiesta sus dos hijas mayores, haciéndose así acreedoras a la herencia.[7] Desde este ángulo, el deseo de lisonjas de Lear es la causa de su acción de desheredar a Cordelia.

 

El discurso de los personajes

Goneril ha dicho que ama a su padre más que a nadie.

Igual reza la declaración de Regan.

Cordelia calla, más bien declara que nada tiene para decir y finalmente se expresa con parquedad manifestando su amor y su deber hacia Lear.

 

Las creencias de Lear y la prueba de amor.

La decisión de Lear de dar sus bienes y ceder su poder a sus hijas concuerda con sus creencias de:

Que sus hijas mayores lo aman. (Goneril y Regan manifiestan su amor con palabras lisonjeras que son las que Lear quiere oír).

Cordelia no lo ama lo suficiente. (Cordelia se niega a la lisonja, expresamente).

El mismo ha declarado que distribuirá su herencia en concordancia con el amor de sus hijas. El curso de acción a tomar es desheredar a Cordelia (Lear satisface con herencia a quienes lo satisfacen en su deseo).

Su acción, además de ser motivada por su deseo de ser querido, se sigue de sus creencias con respecto a los sentimientos de sus hijas.

 

Las razones

Pero, ¿no tiene Lear razones valederas para obrar en forma diferente? Parecería que sí, pues tanto él como los demás personajes, creen que Cordelia es su hija más apreciada y más querida. Lo manifiesta en expresiones como: “…gozo nuestro”, al comienzo de la obra, y “...yo la quería más que a nadie”. Igual estado de cosas oímos de boca de su fiel súbdito Kent y del bufón: “¿Crees que el deber tendrá miedo de hablar cuando el poder se inclina a la adulación?”.

Si teniendo estas razones, obra en forma inconsistente con ellas, ¿podríamos decir que su acción es irracional? ¿O pueden esgrimirse las equivocaciones como razones?

Si pensamos que es su propia egolatría la que produce en Lear los reclamos de amor, el deseo de conservar el poder y la autoridad de rey a pesar de haber declarado que se sentía viejo para conservarlos, no podemos defender la consistencia entre sus pensamientos y sus acciones. Un estado de creencias, no verdaderas, lleva a Lear a distorsionar su propia verdad sobre sus sentimientos y los de sus hijas, no identifica a cada una de ellas según un sentido de realidad, sino según el ocultamiento de la realidad pues su propio estado le impide percibirla.

En un momento Lear no parece tener otros interlocutores salvo sí mismo. Es su egolatría, su ensimismamiento lo que lo hace conducirse como un loco desde las primeras escenas. En otro momento, al observar las consecuencias de su decisión ─y siendo la misma persona─ es consciente de la inconsistencia de su decisión.[8] Se trata de advertir su abandono de la razonabilidad como guía de conducta, en ese juego humano de razón y locura.[9]

Para comprender la decisión de Lear es necesario que ésta tenga cierta racionalidad, en el siguiente sentido: dadas circunstancias semejantes en cualquier persona, ellas son condiciones suficientes para que al menos una u otra de un conjunto de formas de acción sea esperable de dicho agente.

¿Por qué actuó Lear como actuó?

Un conjunto de razones pueden ser aducidas como explicación de la acción de Lear; aunque quizá no es posible descubrir todas ellas. Pero sí encontrar un vínculo entre las razones que haga viable también el estado de inconsistencia que se advierte en la decisión de Lear. El conjunto de razones que causan su acción tiene un carácter sistémico en el que sus componentes poseen un rango de variación. Dicha variación está causada por las acciones de las demás personas que son respuestas a la suya. Y a su vez la respuesta de Lear produce cambios en el peso que tienen sus razones: es débil por su edad y por su fascinación por el poder, pero tiene una percepción del deber filial que lo lleva a distribuir sus territorios para salvaguardar al país. La edad, aunque no en forma exclusiva, da cuenta de su ansiedad por ser querido y protegido, pero su percepción de los sentimientos e intenciones de sus hijas lo llevan a creencias falsas. El choque con la realidad ─que se produce no siendo ya el rey─ le hace advertir sus errores. Y esta conciencia lo conduce a cambiar su apreciación de las cosas y a recapacitar sobre su acción como un observador externo.

¿Son conscientes las razones de Lear? Su elección está motivada por su deseo de ser lisonjeado y dicho deseo puede ser consciente o no. La decisión de expulsar a Cordelia de su reino y de su afecto no está causada por creencias verdaderas sobre sus relaciones filiales, sino por el ocultamiento de la verdad que posteriormente se le hace patente al propio Lear al arrepentirse de su actitud hacia Cordelia. Pero, el ocultamiento de la verdad se da sobre un fondo constituido por implícitos de la cultura, por lo que las acciones no sólo pueden ser atribuidas a la deliberación presente de la persona sino también a un fondo de elecciones transcurridas en el pasado que pueden entrar en conflicto con otras del presente.[10] La libertad comprometida en la decisión de Lear es la libertad anterior y presente del individuo en su identidad. No se trata sólo de una acción singular sino de un cuarto de espejos: en él todos son en alguna medida Lear y él es el reflejo de todos sus allegados. Esta vinculación no relativiza la elección de Lear, ayuda a entenderla contextuándola.

La mayoría de los elementos de juicio puestos en consideración ayudan a descartar la locura de Lear, pese a sus desvaríos. Puede atribuirse racionalidad a la elección de Lear. Una racionalidad común o pública impresa como mandato en la cultura unida sistémicamente a la propia voluntad y libertad del individuo Lear quien sobre ese fondo realiza la elección. Si así no fuera no podría darse cabida al acontecimiento nuevo que se produce en Lear: su descubrimiento de que no obró de acuerdo a sus convicciones según las cuales Cordelia era una persona más estimable que sus hermanas. (La ceguera de uno de los personajes puede verse como una metáfora del descubrimiento de la verdad. En efecto, el conde de Gloucester, fiel súbdito de Lear, sólo descubre la verdadera relación con sus hijos cuando pierde la vista).

La posibilidad de objetividad al comprender la acción de Lear radica en la consideración de éste como un agente responsable de sus acciones, pero esto no excluye la posibilidad de que estén presentes en el conjunto actitudes irresponsables. La opción de cambiar que Lear reivindica en las últimas escenas de la obra hace necesario que lo consideremos un agente autoconsciente con capacidad para representarse a posteriori los efectos posibles de otros cursos de acción. En éstos podemos descubrir los vínculos entre los hechos ocurridos y las prescripciones contenidas en la cultura que influyen causalmente en los pensamientos y la decisión de Lear. Pero para evitar la consecuencia relativista aparejada a la cultura, no hay otra salida que admitir, con Davidson, que cualesquiera sean los deseos, los fines o las creencias, el pensamiento de la gente, y sus deliberaciones, son “...parte de un mundo público y común...” y “...exige patrones compartidos de verdad y objetividad.”[11] Ello hace que lo que le pasa a Lear sea reactuable donde quiera que aparezca el ser humano en sociedad.



*              Elaborado en el marco de la preparación de la III Tertulia de discusión sobre “Ética y ley”, auspiciado por el grupo “Espacio Abierto Buenos Aires”. Agosto de 1994.

[1]              Muir, K. (ed.), King Lear. The Arden Shakespeare, London, Methuen, 1972. Las referencias de la obra se citan de la edición española. Shakespeare, W. El Rey Lear. Othello. (Introducción, traducción y notas de José María Valverde), Barcelona, Planeta, 1980.

[2]              Se trata de un tema de todos los tiempos: el deseo de mantener el poder, que se acentúa con la edad. Goethe ha dicho: “En todo hombre viejo hay un rey Lear”, citado en Muir, Ibid., p. xivii.

[3]              Lear expresa sus pensamientos e intenciones al manifestar que renuncia al

                mando y territorios disponiéndose a ser más generoso con la hija que lo quiere

                más. Ibid, p. 6.

 [4]              Ibid, p. 8.

[5]              Goneril y Regan, extrañadas de la actitud de Lear hacia Cordelia, la atribuyen a la debilidad de la vejez. Ibid, p. 13.

[6]              Citado en Muir, p. xivii.

[7]              En una perspectiva más actual, puede agregarse al análisis el argumento valorativo del género. En la obra la lisonja, actitud de las hijas mayores, corresponde, en las palabras irónicas del bufón, a la imagen de una perra, siempre bien recibida; la verdad es comparada con un perro al que todos rechazan. Ibid. p. 23.

[8]              La acción de Lear puede ubicarse en la categoría que Davidson llama debilidad de la voluntad, ya que teniendo razones para preferir a Cordelia, hace lo contrario. Se trata de la violación del principio de continencia. Véase Davidson, D. “Engaño y división”, en Mente, mundo y acción, 1992, pp. 101-117.

[9]              Véase Muir, Ibid. pp. ii-iiv

[10]            Castañeda presenta una iluminadora dilucidación de acción racional y acción razonable al proponer una jerarquía de motivaciones de un agente en la que la resolución de conflictos está asociada al valor de supervivencia. Castañeda, H. N., Thinking and Doing. The Philosophical Foundations of Institutions, Dordrech, D. Reidel Publishing Company, 1975.

 [11]             Véase “El mito de lo subjetivo”, p. 71 y “Engaño y División”, en D. Davidson, Mente, mundo y acción (Traducción e introducción de Carlos Moya Espí), Buenos Aires - Barcelona, Paidós/I.C.E.-UAB.

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