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Contraria sunt complementa

Silvia E. Thomas

 

El objetivo del movimiento feminista es claro: lograr un cambio en la actitud de hombre y mujeres respecto del prejuicio de la generización, en el mundo de la cultura y de las relaciones humanas, en general, y en el ámbito de las ciencias, en particular. Lo que no resulta, en cambio, nada claro, en los últimos tiempos, es el camino, la forma de alcanzar dicho objetivo. Se mencionan cambios en el lenguaje, cambios epistemológicos, la posibilidad de nuevos métodos feministas (o femeninos) de investiga­ción científica, etc.

En mi opinión, el camino parece tener dos ramales que tal vez no sean opciones excluyentes sino posibilidades complementarias. Me refiero a que la reivindicación feme­nina puede encararse desde la teoría y también desde la praxis. Estas dos formas de enfoque no son nuevas, pero seguramente sí son inéditas las características que pue­den tener en la actualidad.

Este trabajo se propone considerar 1) los alcances y los límites de un método feminista que pretenda apartarse del rigor racional, y 2) las posibilidades que le ofre­ce a la mujer su ámbito más inmediato para una praxis verdaderamente revolucionaria.

Comencemos, pues, por la consideración teórica.

 

I

 

Científicas feministas han propuesto la búsqueda de un nuevo método de investigación que no sólo supere al tradicionalmente empleado en las ciencias, sino que, de paso, dé por tierra con viejos prejuicios ideológicos. En pocas palabras, que demuestre que la mujer tiene una experiencia distinta de la del hombre -vive la realidad con otra receptividad, captando y valorando aspectos dis­tintos de los captados y valorados por el hombre‑ y que dicha experiencia es valiosa.

En la experiencia de la mujer tienen un lugar de peso lo emocional, lo afectivo, lo intuitivo, es decir, todo aquello cuya imprevisibilidad es incompatible con la precisión exigida por la ciencia.

Algunas feministas[1] han demostrado cómo esta discrimi­nación gnoseológica -en cuanto al valor y la legitimidad de las fuentes de conocimiento que descalificaba a la sensibilidad- se manifestó también en lo social: la mujer, en quien por razones culturales, lo emotivo surgía con más evidencia que lo racional, pasó a ser igualmente descalificada. Su sometimiento por parte del hombre no sería, pues, más que otra forma.de expresarse la subordinación de lo sensible a lo racional.

Ahora bien, el método y los principios de las ciencias están siendo sobre estas bases; i. e. la racionalidad deberá adoptar formas nuevas, que se estructuren teniendo en cuenta estos          elementos que hasta principios de nuestro siglo despreciaban científicos y también científicas. Sentimientos, emociones, intuiciones ocuparían, así, un sitio insospechado hasta hace muy poco tiempo. Sin embargo, esta implicación de lo emocional dentro del ámbito de lo racional, tiene sus bemoles.

En efecto, este nuevo enfoque requiere la revisión de conceptos tales como el de "objetividad", el cual hasta ahora parece haber mentado una subjetividad masculina (racional). La integración de la perspectiva femenina (sensible)[2] al mundo del conocimiento científico pretende lograr una concepción más dinámica, más compleja y más completa del acto de objetivar. Esta nueva "objetividad" haría lugar, a su vez, a una nueva subjetividad: la del ser humano cognoscente, en tanto racional y también sensi­ble.

Pero ¿realmente sería así? Una perspectiva gnoseológi­ca apoyada en sentimientos de ternura, dolor, compasión, etc. ¿no sería tan subjetiva como la que se apoyaba en sentimientos de dominio y opresión? Se critica la falsedad de la objetividad y universalidad del racionalismo tradi­cional, pero ¿qué se ofrece a cambio? En primer lugar, las feministas no hacen más que enfatizar así la diferencia que fundamentó la discriminación. Su protesta sería: fíjense que lo emocional -patrimonio característico la mujer- es tan valioso como lo racional –patrimonio del hombre-. En segundo lugar, su propuesta alternativa parece ser un conocimiento a-científico, subjetivo y par­ticular.

En efecto, si involucramos a lo emocional, una instan­cia cambiante, heterogénea, intransferible de un individuo a otro ¿podemos seguir hablando de una posible universali­dad? Y si no es así ¿qué clase de "conocimientos" estamos proponiendo? Por otra parte ¿en qué momento del proceso de la investigación científica entran a jugar los senti­mientos, las emociones? ¿En el rapport que lleva al investigador/a a elegir su objeto? ¿En el interés casi sensual que lo ata a su escritorio o a su gabinete? Esto segura­mente influirá, de algún modo, en su trabajo y siempre ha sido así, pero ¿influye en el desarrollo preciso, meti­culoso, matemático, de las teorías, en el encadenamiento lógico de las deducciones, en la lógica interna de las hipótesis, en el manejo preciso de los hechos? ¿No se mantiene en esta instancia del trabajo científico el viejo rigor tradicional y, al menos, una objetividad básica, la universalidad imprescindible para que la teoría sea transferible, comunicable a la comprensión (racional) de otros seres humanos? Mi emoción, puede haber estado presente -ineludiblemente- durante mi investigación, pero no es transferible. Aquello que pueden comprender los demás es lo que pueden re-experimentar en cualquier cir­cunstancia histórica, geográfica o anímica. Las ecuaciones que resuelvo aquí y ahora con entusiasmo y alegría, podrán ser resueltas en Japón, dentro de unos años, por un niño apático y deprimido, con iguales resultados. A este argu­mento se puede responder que, en efecto, la influencia emotiva se manifiesta no en las ciencias llamadas duras, sino en las ciencias sociales o en la biología -aunque también se habla de cierta influencia inclusive en la física. Esto no haría más que demostrar que precisamente en aquellas áreas donde no ejerce su dominio lo sensible, realmente existe una objetividad y una universalidad sufi­cientes para permitir la posibilidad de una comunidad científica. Esto demuestra, en fin, que la razón sí permi­te lograr objetividad y universalidad y que es la única facultad que nos lo permite, más allá de toda influencia ejercida por lo sensible.

Entiendo que hay una zona del trabajo científico que debe permanecer en el ámbito de la imperturbabilidad. Las emociones son formas activas de compromiso con el mundo, pero no forman parte de la construcción misma del conocimiento científico. Respecto de lo sensible, de lo emotivo, toda transferencia se reduce a la convicción de que todos estamos influenciados de alguna manera por nuestras sensaciones y emociones y que todos podemos y debemos tomar a éstas como fuentes legítimas (en cierto sentido) de información. De allí en más toda otra transfe­rencia, toda comunicación ulterior nos está vedada Esto implica, entonces, que aceptar este nuevo tipo de conoci­miento conlleva forjar un nuevo concepto de ciencia. Pero este nuevo tipo de "conocimiento científico", limitado en su comunicabilidad ¿qué alcance tendría? La ciencia tradicional ha demostrado su eficacia, inclusive con todo su bagaje de prejuicios patriarcales. Pero este nuevo “conocimiento”, en tanto instranferible en muchos de sus aspectos ¿sería realmente valioso? La universalidad, cuando hablamos de ciencia ¿no sigue siendo, al menos un desideratum? Marilyn Frye[3] menciona la dificultad de predicar características comunes a todas las mujeres. Precisamente, esa dificultad surge porque pretende generalizarse sobre le base de elementos de la sensibilidad.

Reconocer el papel de las emociones e intuiciones ha sido un paso que, sin duda, revela un prejuicio que, no sólo despreciaba un aspecto de lo humano, sino que además lo asimilaba a lo femenino sin más. El descubrimiento del hecho de que la tan preciada objetividad y universalidad del racionalismo occidental han estado siempre teñidas de elementos subjetivos, es un hito casi sin precedentes en la historia de la filosofía y de las ciencias. Pero entiendo que se caería en un error análogo si se creyese que un nuevo enfoque subjetivo ayudaría u lograr una verdadera objetividad. Este descubrimiento de la influencia ejercida por lo emocional en el acto cognoscitivo debería ser aprovechado, no para renegar de la racionalidad sino para reforzar las posibilidades de "depurarla". Lo emocional es fuente valiosa de información, sin duda: nos permite tomar consciencia, captar los elementos que están eje­rciendo su influencia y, por lo tanto, nos permite -en tanto seres capaces de ejercer nuestra racionalidad- dejarlos a un lado, durante el desarrollo del proceso       de investigación.

La consigna debería ser, pues, intentar identificar todos los elementos subjetivos y anularlos en el proceso de investigación. Anular no significa lograr un estado de impasibilidad o imperturbabilidad, de por sí imposible. Anular significa hacer una epoje, de lo emocional, de lo subjetivo, de manera tal que la atención se centre en lo que cualquier ser humano puede comprender, en cualquier circunstancia posible, a través de su razón. El historia­dor deberá detectar los prejuicios que distorsionan su perspectiva (inclusive la tradición androcéntrica, los supuestos genéricos); la historiadora también deberá tener presentes sus propios prejuicios (incluyendo sus senti­mientos de ternura o compasión, y sus sentimientos anti­machistas). Entre ambos, tal vez, podrán acercarse un poco más a la verdad.

Entiendo que sigue siendo valioso y deseable que la ciencia busque una racionalidad "imperturbable" en cuanto a la elaboración teórica en sí misma, Si queremos compren­der el fenómeno que nos rodea (y creo que todas/os estamos de acuerdo en que todas/os queremos, por naturaleza, cono­cer) de una manera tal que dicha comprensión no consista en un mero acopio de experiencias particulares, monádicas, intransferibles, la misma deberá ser racional. Lo erróneo es que dicha racionalidad se reserve al reino masculino. Pero a la mujer le corresponde, sobre todo en la actuali­dad, su parte de responsabilidad en esto y de ello me ocuparé más adelante.

Aceptar la influencia de lo sensible y, a la vez, de­fender el valor de lo inteligible en el campo de la ciencia es una cuestión que no debería tener que ver con los géne­ros. La razón permite una percepción más exacta de la realidad; i. e. válida para científicas y científicos (Aclaro que "exacta, quiere decir, aquí, "no deformada por diferentes emociones en juego").

La mujer no debe rechazar ni renunciar a la racionali­dad. Repito: con esto sólo acentúa la dicotomía patriarcal. En lugar de ello, debería reivindicar lo racional como patrimonio del ser humano. Aun aceptando que la racionali­dad no ha sido tan "pura" como se pretendió durante siglos, sigue siendo aquello que puede ser ejercido por cualquier ser humano normal, en cualquier circunstancia posible. El problema es que algunos de estos seres se han considerado a sí mismos más racionales que otras, y que estas otras no han podido y/o no han querido demostrar lo contra­rio.

Aceptemos que durante siglos no pudimos. Pero ¿qué ocurre, realmente, en la actualidad?

 

II

 

El proceso de concientización, iniciado por las primeras sufragistas, está ya muy avanzado. A esta altura de los acontecimientos, ya es imprescindible que, o bien aceptemos que no nos interesa la independencia, como un hecho, o bien que la asumamos, como un derecho.

Habría que preguntare si dentro de la familia y de la sociedad (esa “gran familia”) no ha tenido la propia mujer tanta responsabilidad como e1 hombre, en esto de la discriminación. Por cierto, durante generaciones las mujeres fueron obligadas a realizar y legar a sus hijas (e hijos) un estereotipo, un esquema fijo. Digamos que no hubo para aquéllas oportunidad ni opción. Pero ya no es tiempo de excusas. Ya nadie puede alegar ignorancia en cuanto a la situación de la mujer y la mujer menos que nadie. Es lamentable, pero muy probable, que los hombres estén dispuestos a otorgarnos mucho más espacio que el que nosotras (o muchas de nosotras) estaríamos dispues­tas a ocupar. No olvidemos que esa situación que a muchas nos parece despreciable, a muchas otras les parece valiosa; tanto que lucharán denodadamente para no perderla. Tenga­mos en cuenta que la responsabilidad es, a veces, un precio demasiado elevado por la libertad.

Propongo tomar una actitud más autocrítica y más activa. Seguramente, muchas mujeres a lo largo de la historia han logrado demostrar con hechos más que con discursos, que sí podemos tanto como los hombres (y más, en mucho sentidos) derrumbando poco a poco las barreras del machis­mo. La praxis "revolucionaria", bajo diversas formas, hace ya bastante tiempo que está en marcha, aunque aún haya quienes lo ignoren o pretendan ignorarlo. Las mujeres se están capacitando tanto como 1os hombres, aunque el esfuerzo deba ser mayor cuando llega el momento de ocupar un lugar en el campo laboral e inclusive deban realizar los mismos trabajos por salarios mismos trabajos por salarios más bajos.

Sin embargo, entiendo que hay un aspecto de la praxis que hasta ahora ha sido desperdiciado por las mujeres. (Tal vez esto se ha debido a que lo obvio es casi imperceptible.) Me refiero a la praxis maternal. ¿Qué significa esto desde una posición feminista? Significa intentar una verdadera      subversión de la presente estructura social; implica asumir nuestra responsabilidad en le formación de las futuras generaciones; implica, simplemente, encarar la tarea de educar a nuestros hijos y a nuestras hijas con iguales derechos y obligaciones. Las niñas también deberán ser muy estudiosas y los varones también deberán ser muy ordenados; las niñas podrán sentirse orgullosas por ser inteligentes (no por ser bonitas) y los varones no temerán ser sensibles. Las niñas deberán aprender que no es necesario ser masculinoide, desapasionada y fría para ser una buena científica, que no deberán renunciar a la maternidad para desarrollar eficazmente una profesión. Sabrán que no es conditio sine qua non de la femineidad tener hijos, pero que si los desean no serán un impedimento ni implicarán un renunciamiento porque su compañero sabrá compartir responsabilidades. Los varones serán educados para disfrutar de la paternidad -con sus alegrías y también sus sinsabores- tanto como las mujeres.

¿Cuántas feministas son coherentes en la educación de sus propias hijas e hijos? Muchas de ellas ¿acaso no fomentan en sus hijos un carácter fuerte e imperturbable y permiten a sus hijas coquetear con su (supuesta) debilidad? Es necesario que la mujer comprenda que el área de la "madricidad"[4] es un campo de increíbles posibilidades para que el reclamo feminista eche raíces profundas. Más aún, esta toma de consciencia no sólo abriría un nuevo camino para la causa, sino que a la vez cumpliría una función "correctiva" más inmediata: ofrecer a la mujer la posibilidad de superar la alienación que sufre actualmente en este sentido. Veamos cómo se manifiesta dicha alienación.

Convengamos en que la maternidad es  la función más propia de la mujer -lo cual no quiere decir, desde ya, exclusiva, sino que es lo único que la distingue del hom­bre. Pues bien, precisamente en su función distintiva la mujer se siente desvalorizada; todas sabemos en qué nivel de la escala de valores -aceptada por hombres y mujeres- están la maternidad y la "madricidad", Probablemente, si esta "madricidad" implica la mera repetición de los esquemas tradicionales y patriarcales en la formación de la prole, esa desvalorización sea merecida. Y tal vez todas seamos en mayor o menor medida conscientes de ello. Pero si tomamos como nuestra respon­sabilidad la formación de individuos -mujeres y hombres- no discriminadores, la maternidad y la "madricidad" podrían ocupa u un puesto superior en la escala de valores (aunque en un principio este lugar se lo asignemos sólo nosotras).

Es la madre la que tiene la posibilidad de anular esa ansiedad por la autonomía de la que habla Fox Keller[5] . La madre que respetará esa autonomía en sus hijas e hijos, la que sabrá encontrar el territorio intermedio donde el niño/a perciba con igual intensidad la confirmación de su individualidad y la posibilidad del amor en su forma más elevada: la que no aniquila la diferencia.

El hombre, de manera consciente o no, se agenció para sí el lugar de absoluto privilegio que tuvo hasta ahora. Asimismo, es la mujer la que deberá conseguir para sí el lugar que le corresponde. De acuerdo a cómo está es­tructurada la realidad de nuestras relaciones actuales, no podemos esperar que el hombre nos eleve a su lado por propia voluntad. Entiendo que nos aceptará, pero tendremos que subir por nosotras mismas. Sostengo que ello deberá hacerse en base a una praxis consistente y no sólo en base a teorías. Arguments convince no-one, decía Emerson, con un sentido muy particular; permítase repetirlo en esta circunstancia, mutatis mutandi.

Convengamos en que actualmente muchas veces el hombre domina porque hay mujeres que aceptan ser dominadas. Seguramente esto se originó en los tiempos en que la mujer, casi constantemente embarazada o convaleciente, no podía guerrear por su vida ni cazar por su sustento. Podría decirse que el orden natural se originó con una distribución injusta de roles, La capacidad de engendrar y parir determinó la pasividad de la mujer; la fuerza física decidió el dominio del hombre. Fue un orden impuesto por la naturaleza y no por el hombre quien, tal vez, hubiese preferido tener también su defensor y cazador privados. En aquellas épocas seguramente la crianza de los hijos y el cuidado de la cueva eran más atractivas que la lucha diaria con tribus vecinas y con animales salvajes. Actual­mente estas actividades sanguinarias y peligrosas han evolucionado para el hombre hasta alcanzar la gratificante y estimulante forma de la competencia en el campo de las ciencias, las artes, el comercio, etc. En cambio para la mujer -una gran mayoría de ellas- la evolución ha sido mínima: sigue criando hijos y, para muchas en todo el mundo, ni siquiera la cueva ha variado mucho. Pero, sobre todo, el hombre sigue ejerciendo su poder de dominio como en aquellos principios. Este desnivel, que no es tan obvio para algunas mujeres (las más sometidas), lo es para otras muchas que han asumido la responsabilidad de bregar por su género, por aquellas que no tienen carencias porque no son conscientes de ellas. No olvidemos que la carencia implica consciencia: no carecemos de lo que no necesitamos. Ni las mujeres de las villas marginales, ni de las clases media y alta, son conscientes de sus carencias cuando aceptan como manifestaciones de un orden natural, las golpizas cotidianas, la falta de consideración en el trato íntimo o el mero segundo lugar en las decisiones familiares. Tampoco son conscientes cuando defienden una vida de sometimiento al hombre como algo deseable...

Estos hechos no hacen más que enfatizar la necesidad de cambiar la mentalidad de hombres y mujeres; una mentalidad que se ha ido fortaleciendo a través de muchos siglos de error. La única manera de lograr un cambio radical es preparar; un terreno nuevo,  virgen de prejuicios y esto sólo es posible en la infancia. No es posible que perdamos de vista la oportunidad que el orden natural y los propios hombres, en su organización del mundo, nos han brindado: modelar a niños y niñas para que se comprendan a sí mismos como seres humanos iguales en capacidades, derechos y obligaciones. Entiendo que esta praxis, minuciosa y tremen­da , pueda ser el gran método feminista.

Por ello, creo que es función del movimiento abandonar toda actitud que tienda a profundizar una brecha genérica, lo cual suele despertar reacciones contrarías (en hombres y mujeres) y proponerse una misión "evangelizadora". Estimular el perfeccionamiento, la realización personal de la mujer, como ciudadana profesional-mente capacitada para colaborar en la construcción de la sociedad, y también apoyar su función maternal como la forma más eficaz para forjar un mundo mejor equilibrado, un futuro sin discriminaciones.

Seguramente es un esfuerzo titánico, pero lo titánico ha sido también patrimonio de las mujeres, en un sentido u otro, a lo largo de la historia. Lo novedoso sería que su rol más tradicional adquiriría una significación dis-tinta a la que siempre tuvo. El futuro del género humano, en un mundo más justo, está en manos de la mujer criadora y educadora consciente de la función de su género, que sea capaz de enseñar a su prole con el propio ejemplo.

El objetivo debe ser una realidad más abarcadora y, por lo tanto, más verdadera; una realidad que nos involu­cre a todas/os y en la que podamos reconocer, mutuamente, valores convergentes. El objetivo, en fin, debe ser la universalidad. No se trata simplemente de lograr que el hombre valorice características femeninas; i. e la emoción, la ternura, frente a características netamente masculinas, como la competitividad y agresividad. No se trata de cla­mar por un mundo que admita los valores masculinos, por un lado, y los valores femeninos, por el otro. Probablemente haya tanta competitividad y agresividad en la mujer, como ternura y emotividad en el hombre (al menos en potencia).Eduquemos seres humanos equilibrados, con dosis suficientes de ternura y agresividad, de sensibilidad y compe­titividad[6]

Sostengo una reivindicación de la simetría: permitir a los varones el acceso a lo emocional y a la mujer el desarrollo pleno de su racionalidad. Este activismo no violento puede forjar una raza humana de la cual nadie quede excluido, una raza de seres educados para la integración y no para una desintegración más profunda. Las feministas -en tanto mujeres- pueden hacer por sí mismas más que ningún otro grupo de oprimidos porque de ellas depende la actitud de las generaciones futuras. Que éstas sepan concebir la diferencia como una relación de  instancias concurrentes, de partes complementarias y equivalentes de una sola realidad.

La gran opción de la mujer actual de determinar la condición futura de su género y de la humanidad en general, por propia decisión y convicción y no por repetición de esquemas perimidos. En sus manos está la calidad de la existencia de la especie. La filosofía del futuro en tanto pretenda comprender la realidad deberá encontrar una conceptualización que refleje lo racional y lo sensible en proposiciones equilibrada-mente repartidas entre los miembros de la raza humana.

Es curioso: precisamente en su relación directa con lo natural, en tanto dadora de vida y criadora, es donde la mujer tiene su mayor oportunidad de liberación, de dar forma a una nueva cultura, sentar las bases de una nueva estructura social, de un nuevo orden "natural".        



[1] Marcil-Lacoste, L. sintetiza con claridad las tres maneras de encarar, desde un punto feminista, el problema del status epistemológico del sentimiento o la intuición. La raison en procès, Utrecht-Paris, Hes Publishers-Nizet, 1986, p. 179.

Amorós, Celia, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Madrid, Anthtropos, 1986, cap. 1: “Rasgos patriarcales del discurso filosófico: notas acerca del sexismo en filosofía”

[2] Cuando hablo de la sensibilidad como instancia tradicionalmente referida a lo femenino, me refiero a la capacidad de recibir sensaciones, a los estados afectivos, a las emocione y los sentimientos.

[3] Frye, Marilyn, “La posibilidad de la teoría feminista”, (comunicación presentada en el I Encuentro Internacional de Filosofía y Feminismo, México, UNAM, 1988) p. 3.

[4] Siguiendo a S. Ruddick con este término pretendo referirme a la actividad de la mujer como educadora, como formadora de su prole, distinguiéndola de la procreación propiamente dicha. Esta distinción tiende a enfatizar la función creativa propia de cada mujer individual, frente a la función biológica, común al género.

[5] Fox Keller, E., Reflections on Gender and Science, New Haven & London, Yale University Press, pp. 80 ss.

[6] Suele confundirse agresividad con violencia. Entiendo que la agresividad es un rasgo positivo del carácter humano en tanto impulso que nos lleva a defender un derecho, a protestar ante el atropello y la injusticia. Se transforma en violencia cuando su objetivo es el interés egoísta más allá de toda consideración de lo ajeno. De igual modo, la competitividad no implica necesariamente el deseo de aniquilar al otro, sino que puede basarse en el deseo del propio progreso y perfeccionamiento.

Ambos factores habrían ayudado a la mujer en estos años de subordinación si hubiesen sido estimulados adecuadamente. 

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