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Algunas reflexiones sobre las ideas de Flora Tristán

Clara Kuschnir

      

Quienes trataron con respeto a esa admirable luchadora que fue Flora Tristán, coincidieron en ubicarla en esa zona ambigua del pensamiento político-filosófico definida como socialismo utópico. A otros, menos respetuosos, les bastó con describirla como la abuela excéntrica y socialista de Paul Gauguin, Esta apreciación, entre paternalista y desdeñosa, tiene mucho que ver con el hecho de que expuso sus ideas de manera poco sistemática y nada académica. Corno obrera, criada, institutriz, dama de compañía, y por añadidura madre y esposa apaleada, no tuvo ninguna ocasión de concurrir a escuelas o universidades. Fue autodidacta, muy lectora, y las complejas circunstancias de su vida privada más su aguda capacidad de observación y análisis alimentaron las dos convicciones fundamentales de su obra: que debía elaborar una propuesta racional que sirviera de fundamento a la unidad de los trabajadores y que tal propuesta no bastaba. "He comprendido.... que tenía otra misión que cumplir" -escribe- "Ir yo misma con mi proyecto de unión en la mano… a hablar a los obreros que no saben leer y a los que no tienen tiempo de leer", El fragmento culmina con una invocación romántica: "¿Por qué yo, mujer que me siento llena de fe y fuerza, no puedo ir igual que los apóstoles de ciudad en ciudad, anunciando a los obreros la BUENA NUEVA y predicándole la fraternidad en la humanidad, la unión en la humanidad?"[1]

 Los escritos políticos de Flora Tristán derrochan el énfasis de quien aspira a redimir a sus lectores. Considera que su lucha es un verdadero apostolado. El estilo exaltado y definitivamente exhortativo está más cerca de la militancia callejera que del debate ideológico. Por eso aproximarse a su obra impone una metodología no convencional que consiste en subordina el análisis a una interpretación comprensiva y personalizada del texto. En rigor se trata de un viaje a la intimidad del pensamiento de Flora Tristán. En un excelente artículo en el que propone esta clase de acercamiento, María Lugones llama “World”-Travelling and Loving Perception[2] a una experiencia que permite comprender a los otros y además, aceptar sus modos diferentes y peculiares incursionando en sus respectivos mundos, en la intimidad de su           pensamiento. Es lo opuesto a la actitud desdeñosa que tradicionalmente discrimina y rechaza esta clase de reflexión. Viajar al mundo de Flora es la única manera de comprender y aceptar sus ideas, desglosándolas de un conjunto de afirmaciones que, miradas superficialmente, pueden parecer arbitrarias cuando no contradictorias. Al hacerlo, se descubre que se anticipó a muchos de los temas desarrollados por el feminismo filosófico casi un siglo y medio después.

Para poder seguir la línea de su pensamiento conviene recordar que Flora perteneció a la generación que vivió el apogeo y la caída del imperio napoleónico. En su vida
diaria alternaba con personas que habían actuado políticamente, y hasta con algunos ancianos para quienes la Revolución Francesa y su ideario formaban parte de la experiencia vivida. Así, en las ideas de Flora, convergen racionalismo, iluminismo y romanticismo en desprejuiciada alternancia. También hay que admitir que algunas de sus convicciones no fueron resultado de una elaboración rigurosa, sino emergentes del clima de renovación que se respiraba en la atmósfera intelectual de su tiempo. Flora no cita a Rousseau, Kant o Hegel, pero un análisis cuidadoso de su obra permite descubrir formulaciones inspiradas en ellos y quizás recibidos a través de otras lecturas y otros autores. Sus verdaderos maestros fueron los socialistas utópicos, especialmente Saint-Simon, Owen y Fourier y sobre todo sus seguidores.

Desde la perspectiva del feminismo filosófico, Flora Tristán aparece como una auténtica precursora, aún admitiendo que no se propuso hacer un desarrollo teórico del problema de la mujer. En cambio, intenta despertar la conciencia de los trabajadores con respecto al estado de humillación (Flora lo llama esclavitud) en que vive la mitad de la humanidad[3].

EL Unión Obrera, manifiesto político que terminó en 1843, un año antes de su muerte, apareen dispersas sus reflexiones sobre la situación social de la mujer. Entre sus anticipaciones más lúcidas figura la crítica que hace a un postulado fundamental de la Revolución Francesa, el supuesto de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y de que sus derechos son inherentes a la naturaleza humana. Flora sabe por experiencia propia que los Derechos del Ciudadano no coinciden con los Derechos de la  Ciudadana.

El capítulo III de Unión Obrera se ocupa especialmente de este contrasentido. Flora lo presenta como "Por qué menciono a las mujeres". Ya en 1a introducción del manifiesto se dirige a sus presuntos lectores discriminándolos según el sexo, cuando aclara: "A los hombres y a las mujeres". El prólogo vuelve a insistir explícitamente: "A los obreros y obreras" y, como para que no quepan        dudas sobre la exhortación inicial, los convoca por separado: "Obreros y obreras: escuchadme". Ni por un momento deja de subrayar que las mujeres, trabajadoras o no, constituyen la mitad del género humano. Su discurso va dirigido especialmente a las primeras.

"Por qué menciono a las mujeres" es precedida por dos capítulos en los que expone su propuesta política. El primero, "De la insuficiencia de las sociedades de socorro, compañerismo, etc.", trata de cómo las soluciones individuales y de corte filantrópico así como las asociaciones en pequeños grupos sólo pueden aliviar pero nunca remediar la miseria de los desposeídos. El segundo, "De los medios para constituir la clase obrera", le sirve para exponer su plan de acción que consiste en la unidad de los trabajadores en torno a dos consignas: "el Derecho al Trabajo" y "el Derecho a la Organización del Trabajo".

Flora considera que el instrumento para la lucha que propone es además de la organización, la instrucción. Ella ha padecido en carne propia las consecuencias de la ignorancia y la miseria. Estas dos palabras "ignorancia y miseria" abarcan la suma de males que esclavizan a la clase obrera y se relacionan mutuamente prolongando su desdicha. Los saintsimonianos –recuerda Flora- han descripto a los trabajadores como “la clase más numerosa y más pobre”. Ella corrige  a sus maestros y la define como “la clase más numerosa y más útil[4]: “pobre” (por desposeídos) es una categoría económi-ca. En cambio “al ser la utilidad una cualidad preciosa se convierte en un titulo indiscutible para la clase trabajadora"[5].

Una y otra vez vuelve sobre los principios que inspiraron a la Revolución Francesa. Reconoce los avances que trajo para la consideración del género humano pero es muy lúcida con respecto a sus limitaciones. Los burgueses, según Flora, una vez organizados como clase y “aunque reconocieron la igualdad de derechos para todos, acapararon para ellos solos todos los beneficios y las ventajas de esta conquista”[6]. El derecho de propiedad es el fundamento de su actual poder. El trabajador -afirma Flora- debe luchar para que se le reconozca también a él el derecho de propiedad. Su propiedad son sus brazos, instrumento que le permite trabajar y ganar su sustento. La organización del trabajo es garantía de su derecho al trabajo y el reconocimiento del usufructo de la propiedad.

Ente los temas que desarrolla Flora Tristán, ocupa un lugar fundamental su sacralización del trabajo. Como algunos de los socialistas utópicos, creía en su efecto
moralizador. El trabajo, sobre todo el trabajo manual y artesanal es el medio sobre el cual se ha de consolidar el bienestar y también la liberación de todo el género humano. Flora insiste en "…la rehabilitación del trabajo manual mancillado por millares de años de esclavitud", "desde el mismo momento en que ya no suponga deshonor trabajar con las manos… en que sea incluso un hecho honorable, todos, ricos y pobres trabajarán… y gracias a este solo hecho reinará la abundancia para todos". Y agrega con un acento casi religioso "honrar la única cosa realmente honorable, el trabajo"[7].         Con idéntico fervor
rechaza la lucha violenta “… protesto contra todo aquello que emana de la fuera bruta y no quiero que la sociedad esté expuesta a sufrir la fuerza bruta dejada en manos del pueblo, lo mismo que no quiero que tenga que sufrir la fuerza bruta dejada en manos del poder”[8]…vuestra forma de acción no es la revuelta… La destrucción, en lugar de remediar vuestros males no haría más que empeorarlos”[9].

       En su introducción a Feminismo y Utopía Yolanda Marco señala la probabilidad de que Carlos Marx conociera los escritos de Flora Tristán, ya que los dos eran amigos de Arnald Rüge que la admiraba. Se sugiere que Rüge le habría acercado a Marx un ejemplar de Unión Obrera. Tanto el espíritu como la letra y algunas ideas fundamentales de Unión Obrera parecen anticipar el Manifiesto Comunista de 1848. Marx no la menciona, salvo al pasar y en otro texto, en La Sagrada Familia. Puede que las coincidencias entre el Manifiesto… y Unión Obrera sean casuales y no causales pero, como bien señala Jean Baelen, en la época en que Marx y Flora coincidieron temporalmente en Paris, él era "un simple y honorable demócrata de izquierda" mientras que ella recomendaba ya "la constitución de los proletarios en una clase y un partido distintos " Baelen considera que "resultó poco elegante, por parte de Marx y Engels, el ocultar el papel de pionera que había jugado Flora Tristán       al silenciarla en el Manifiesto Comunista que copiaba a Unión Obrera…”[10].

 

El problema del género: raza-mujer y paria

 

       Basta un ligero análisis de "Por qué menciono a las mujeres" para advertir que Flora apela a la consideración de "la mitad de la humanidad", a la que considera oprimida y discriminada, el mismo método que antes le permitió describir los objetivos de la clase obrera como diferentes y hasta enfrentados con los de la burguesía.

Una y otra vez alude a las mujeres y a sí misma como una raza, la raza-mujer. El uso que da a la expresión raza, corresponde a lo que hoy englobamos en la categoría de género. Las mujeres, según la descripción de la familia obrera (que hace minuciosamente) no son intrínsecamente distintas a los hombres, salvo en el sexo. Su inferioridad y limitaciones son el resultado de siglos de esclavitud            y por lo tanto se pueden modificar mediante leyes que le otorguen autonomía y educación.

Flora admite que lo que está en discusión no es la perte‑nencia de las mujeres a la especie humana y encuentra contradictorio discriminarla y limitarla tanto en el usufruc-to de sus derechos como en el uso de sus facultades. La mujer es "una paria". A lo largo de seis mil años se la ha sometido a un trato diferenciado y ha estado siempre sujeta a los intereses y necesidades del hombre. "Hasta ahora no ha contado para nada en las sociedades humanas"[11]. Se opone al: "Si quieres vivir deberás servir de anexo a tu señor y dueño, el hombre"[12]. Su servidumbre y dependencia, reitera Flora, cuentan con la complicidad de la ley, la ciencia, la religión y la sociedad toda, que han contribuido a hacer de ella una raza inferior, ignorante y oprimida.

Así como raza es la palabra que usa Flora para referirse al género mujer, paria casi siempre aparece con un signifi­cado, si no idéntico, por lo menos análogo al de "ser para otro", tal como lo define Simone de Beauvoir: "La mujer se determina y diferencia con relación al hombre y no éste con relación a ella, ésta es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, él es lo Absoluto: ella es el Otro"[13] .

Flora establece una distinción neta entre las situaciones de hecho, el estado de servidumbre en que vive la mujer, y los principios e hipótesis pretendidamente objetivos y verdaderos, en los que esa desvalorización se funda. "De la creencia de que la mujer....carece de fuerza, de inteligencia, de capacidad y que es poco apta para los trabajos serios y útiles, se ha concluido muy  lógicamente que sería perder el tiempo darle una educación racional, sólida, severa...."[14]. Estos falsos principios tienen “consecuencias desastrosos para el bienestar de todos y todas en la humanidad”[15].

¿En quiénes piensa Flora cuando denuncia esta inversión del razonamiento lógico? En "los sabios entre los sabios" que pretenden justificar la presunta verdad y objetividad de su conocimiento acerca de la raza mujer. "Durante miles de años -denuncia- los sabios entre los sabios mantuvieron un juicio terrible sobre otra raza de la humanidad: los proletarios" -y se pregunta: "¿Qué eran antes del 89? Villanos, patanes, bestias de carga. De golpe....los sabios entre los sabios....proclaman que la plebe se llama pueblo y los villanos y patanes, ciudadanos". Flora agrega un toque de humor: "El trabajador...quedó muy sorprendido al comprender que iba a gozar de derechos civiles, políticos y sociales", y agrega: "…pero su sorpresa aumentó cuando se enteró de que poseía un cerebro absolutamente con la misma capacidad que el del príncipe real..."[16]. Flora aspira a que se produzca un "89" para las mujeres: “La riqueza de la sociedad se cuadruplicará el día en que se llame a la mujer, la mitad del género humano, a aportar en la actividad social la suma de su inteligencia, fuerza y capacidad”[17].

       Tanto al dirigirse a las mujeres como cuando increpa a los hombres, Flora da por supuesto que los roles femeninos de madres, esposas, hijas, amas de casa, etc. son naturales pero no limitativos. "Natural" aparece usado en el mismo sentido en que más tarde se hablará de "la            división natural del trabajo". Sólo aspira a que en la ley y en el trato se las considere personas y que la educación de "la mitad oprimida de la humanidad" resuelva el resto. Aunque no usa la palabra "biología", parece rechazar toda idea de un destino biológico. Para ella “....la ley de la humanidad es el progreso continuo: su condición, la perfectibilidad”[18]. No es una mera expresión de optimismo. Flora cree que no hay nada intrínsecamente negativo en las mujeres. Sus limitaciones son el resultado de un largo proceso de desvalorización. Hasta se permite una amarga ironía: "Mujer....ha quedado constatado por la ciencia que no tienes inteligencia, ni comprensión para las cosas elevadas, ni lógica en las ideas, ninguna capacidad para las ciencias llevadas exactas, ni aptitud para los trabajos serios...."[19]. Flora piensa que el día en que las mujeres conquisten su "89" los sabios entre los sabios descubrirán que también ellas poseen capacidades hasta ahora sólo reconocidas en el hombre. Uno y otro cambian, se modifican, crecen y se perfeccionan. También la raza mujer es un producto de la cultura.

 "Por qué menciono a las mujeres" quiere despertar la conciencia del hombre trabajador pero 1a misma índole del tema impulsa a Flora hacia un discurso anti-sexista. Cuando incluye una exhortación a los trabajadores para que los Derechos de la mujer se integren como parte de sus propias reivindicaciones, no lo hace en nombre de una supuesta superioridad de la mujer: lo que propone es el reconocimiento de “su propia persona social”. En otro párrafo insiste en que todas las desgracias del mundo provienen de este olvido y desprecio que hasta hoy se ha hecho de los derechos naturales e imprescriptibles del ser mujer”.

 

Persona social

 

Cuando Flora pide el reconocimiento de la mujer como persona social está subrayando la distinción entre los hombres, que son tratados como seres libres que merecen respeto y poseen dignidad y la raza mujer, el género mujer, oprimido y discriminado, las parias que constituyen la mitad inesencial de la especie. La categoría de persona social que Flora reclama implica la más elevada jerarquía moral. Su pensamiento no aparece claramente sistematizado pero casi no hay un fragmento que no implique como crítica, como exhortación o como propuesta concreta, un fuerte compromiso social. Este compromiso tiene una raíz afectiva, el amor, pero no amor que no sacrifica la consideración objetiva de la realidad: “Cuando se quiere curar una herida hay que ponerla al desnudo para observarla bien…”.

Es en el capítulo III donde puede advertirse el esfuerzo que hace Flora por elaborar un principio racional que pueda ser elevado a máxima como guía de la conducta de la clase trabajadora frente al problema de la discrimina­ción de la mujer. Flora habla de dos cuestiones fundamentales: una de ellas prescribe “...se debe amar y tratar a la mujer, bajo esa misma perspectiva de bienestar uni­versal de todos y todas en la humanidad”[20]. Advierte a sus lectores que es un tema de filosofía que por su misma elevación será considerado en otro lugar. Flora tenía una         sintaxis algo enredada pero esto no oscurece el valor de su máxima. Ésta resulta más transparente si la analizamos a la 1uz del imperativo práctico de Kant cuya fórmula era uno de los modelos preferidos por los  moralistas de la época.

       La ley kantiana prescribe: “… obrar de tal modo que uses a la humanidad tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio”. Flora es siempre concreta: su ley no ordena obrar, en general, sino “amar y tratar (bien) a la mujer”. Da por sentado que la mujer es la única que no ha alcanzado la jerarquía de persona. Este amor y este buen trato deben hacerse “desde la perspectiva del bienestar universal de todos y todas”. Tratar al otro desde “la perspectiva del bienestar universal de todos y todas” es tratarlo como un fin, es decir, como libre y racional.

Se ha hablado del espiritualismo de Flora Tristán en parte porque era creyente y porque con frecuencia invoca a Dios o cita las palabras de Jesús. Su fe era compatible  con sus críticas a todas las religiones institucionalizadas. Creía, es cierto,           en una poten-cia de capacidad superior, capaz de iluminar la inteligencia de los humanos con "los rayos del amor divino, el amor por la humanidad". Para Flora el amor divino y el humano se manifiestan en el corazón de los hombres y mujeres capaces de unirse para encarar juntos la ardua tarea del "bienestar universal".

 

¿Por qué Flora Tristán?

 

Deliberadamente dejo esta respuesta para el final. Porque estos apuntes sobre el pensamiento de Flora Tristán tienen un propósito:    recuperar su voz pasando por alto las exigencias del estilo patriarcal que es el vigente      y en el que el conocimiento, para ser considerado tal, se ordena y expresa según reglas escalonadas jerárquicamente. El estilo de Flora, poco disciplinado y no muy riguroso no cumple con los requisitos del saber considerado sistemático. Hoy día y gracias al desarrollo del feminismo filosófico estamos aprendiendo a transitar caminos no convencionales. Gail Stenstad sostiene que, para la mujer, modificar esa estrategia de pensamiento es imperio­so "…es necesario que pensemos de modo de romper las reglas, modos que nieguen al patriarcado el derecho de dictar los standards para el pensamiento feminista"[21]. Desde esta perspectiva el pensamiento de Flora Tristán es coherente gracias a que es transgresor. Flora no aplica reglas y por eso puede parecer caótica. La mayor parte de lo que las mujeres han pensado, por su misma marginali­dad, trasgrede estas reglas y entonces parece como anárqui­co y poco conceptual. Como señala Stenstad en ese mismo articulo, el pensamiento desordenado debe ser distinguido del pensamiento caótico. "Aunque menos sujeto a reglas el pensamiento anárquico es, sin embargo, preciso y cuida­doso". Opina además que es, en muchos sentidos, revelador porque al avanzar libre de convenciones academicistas está preparado para explorar zonas del discurso muchas veces desdeñadas "ambigüedades, potencialidades, multiplicidad de significados, interpretaciones y estilos",

Si bien Flora Tristán no desarrolló un pensamiento sistemático tuvo esa clase de coraje que acostumbramos a identificar con la actitud del verdadero filósofo: cuestionar la realidad, preguntarse el qué y el por qué asumiendo las consecuencias del desconcier-to y la precarie­dad de las respuestas. Su preocupación era la sociedad.

Flora buscaba un remedio para la miseria y la ignorancia que agobiaban a los trabajadores, y dedicó un espacio aparte a las esclavas de los esclavos, sus mujeres. Pero con mucha perspicacia advirtió que el tema iba más allá de la biología y la política hasta la raíz misma del debate sobre la naturaleza humana. En ese debate estamos todavía.



[1] Tristán, Flora, Unión obrera, ed. Fontamara, Barcelona, 1977. Introducción, traducción y notas de Yolanda Marco. Debe advertirse que la edición castellana lleva el título de Feminismo y utopía – Unión obrera.

[2] Lugones, María, “Playfulness, ‘World’-Travelling, and loving perception”, Hypatia 2(1987)2.

[3] Tristán, F., Unión obrera, p. 118, 129-131

[4] Ob. cit. p. 131

[5] Ob. cit. p. 81

[6] Ibid.

[7] Ob. cit. p. 94

[8] Ob. cit. p. 176

[9] Ob. cit. p. 72

[10] Baelen, Jean, Flora Tristán: feminismo y socialismo en el siglo XIX, Madrid, Taurus, 1973, pp. 214, 215, 216.

[11] Tristán, F., Unión obrera, p. 110

[12] Ob. cit. p. 1112

[13] de Beauvoir, Simone, Le deuxième sexe, Paris, Gallimard, 1949, Tomo I, p. 15.

[14] Tristán, F., Unión obrera, p. 115

[15] Ibid.

[16] Ob. cit. p. 113

[17] Ob. cit. p. 114

[18] Ob. cit. p. 158

[19] Ob. cit. p. 112

[20] Ob. cit. p. 109

[21] Stenstad, Gail, “Anarchic thinking”, Hypatia 3(1988)2.

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